Escribo porque soñé que te ibas
un día cualquiera de un verano amodorrado,
entre explicaciones e interpretaciones
de una ráfaga cálida de primavera
que nos volvió a juntar,
después de un día largo de años sin pesar.
Escribo porque soñé que me negabas
entre ternuras posibles y la rigidez de tus dudas,
tirabas del balcón aquel rincón verde
aquellas palabras que volví a ofrecerte
después de años de inmensos olvidos
y de un perenne sentimiento adormecido
Escribo porque soñe que seguís siendo la única,
que perdió su niñez en un deseo adulto
que se chocó con mi imposibilidad de hacerlo madurar,
acaso un ocaso anticipado,
tal vez un encuentro tempranero,
un sueño rebovinado por la piel y el dolor.
Escribo porque soñé que te ibas,
y un silencio se hacía
entre mis huecas palabras que recorrieron mis encías
sin poder salir,
encerradas en un vacío,
arrinconadas en el hastío
enmudecidas,
al ver que a mi lado tu ausencia yacía.
Escribo porque soñé que retrocedías
mil años,
cientos de leguas,
y toda la inmensidad del mar me arrastraba
y la tormentosa arenisca que volaba
cubría mi lecho donde solo el recuerdo
de tus recientes te quieros,
solo ellos aún persistían.
Escribo porque soñé
que me soñabas de nuevo,
que la tarde se iluminaba
de luz y de sombras,
de un devenir hacia el pasado
donde nos encontrabamos sin vernos,
sin tocarnos
y sin miedos,
y de repente el tiempo nos permitía volver a empezar
lo que no supimos terminar a los veinte años.
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