Sobre los valles
caía el fulgurante sol
y sentí abrasar mi cuerpo,
y...tú no estabas
para apagar el voraz incendio
que ardía en mis entrañas.
Mis manos se dilataban,
esperando plasmar esa caricia
en las partes sensitivas,
de tu piel ardiente.
Yo rugía en mi agonía
y como una pantera herida,
veloz corría, por la arena caliente,
bajo una luna llena que alumbraba
mis pies descalzos, los cuales
levantaban remolinos,
formando espirales
con los diminutos cristales
que hasta el cielo se alzaban
y que el viento dispersaba.
Sin importar que no estuvieras,
el viento el fuego avivaría,
hasta convertirme
en una antorcha humana.
La noche se hacía presente
y con un baño de luceros, apaciguaría
este fuego que en mi piel ardìa.
Tú ...no estabas...
pero yo corría por toda la playa,
con mi cuerpo envuelto en llamas,
sin más ropaje que mi piel.
La brisa y la luna me acompañaron,
mientras el mar tiraba su blanca espuma,
para apaciguar el fuego que en mí quedaba,
que se adentraba en el alma y la calcinaba.
Y fué llegando la claridad del día,
el alba por la cortina sideral ya se asomaba...
las estrellas ya no brillaban,
los astros dormían...los peces salían,
sólo quedaron los leños
de mi vulnerable cuerpo,
convertidos en cenizas...
¡Y... tú dónde estabas...
amor...en dónde estabas,
que no calmaste mi ansiedad,
que no percibiste mi agonía!
Felina