Amor, en el correr de mis días
te escribía algún poema diciendo que te quería.
Me inclinaba ante tus plantas y de rodillas pedía
un poquito de tu amor, tus palabras, tu mirada
.
Ahora, mi bien, te confieso que todo aquello fue falso.
Solo esperaba de ti la calma en tus vanidades,
el despertar de un mal sueño, y me dijeras un día:
Ven. Vuelve a mí. Yo te espero. Yo te quiero...
Y si me hubieras llamado, al llamarme, amada mía,
yo te daría la espalda. Una explosión de venganza.
Dejarte sufrir lo que he sufrido. Llorar lo que he llorado,
Cantar victoria sobre los restos de tu desamor y tu capricho.
Pero, mira, mi reina, cómo son las cosas y los designios de Dios:
Hoy me levanté de tu lado.
Me atrapó entre sus alas el ángel que me guarda
me contó, me reveló y me demostró…que no eres mala.
Eres una Virgen llena de amor, de ternura, de pasión.
No tienes culpa alguna de ser sorda, ciega, muda,
sin brújula, sin timón,
con abrojos y con odios en tu pobre corazón.
Hoy lo supe, amor mío, y por eso te perdono.
Te perdono con toda mi alma y renuncio a mi maldad.
Ahora sé porqué te callas cuando te llamo.
Y si un día tú me llamas, estaré a tu lado.
Cargaré tus penas, renovaré tu vida,
haré resucitar tu risa, y agradeceremos juntos
a aquel que ordenó perdonar.
No una ni siete veces, sino setenta veces siete.