No hubo más monedas,
sólo una sed ansiosa y loca
de proseguir en las calles aromáticas.
Los bolsillos estaban rotos
y el dinero se colgaba como la carne
en las costillas.
El silencio era un humo bruno y asfixiante,
una pesadilla que carcomía lo imaginado.
Paseaban fantasmas pidiendo agua,
bestias con deseos de vidas,
lugares batallando con la muerte.
Era muy raro, espantoso, pero
paseaba cualquier ente inexplicable
y lloriqueos emitidos por la sangre.
No hubo más monedas, ya ni Dios
se acordaba de mis maldades personales.
No atiné a ningún socorro,
pero me aterrorizaba escuchar
a los pseudointelectuales, que escupían mediocridades.
No hubo más monedas, y el vicio, poco a poco,
comenzaba a alimentarse.