¡Ah, bebedor de sombras!
Es que me asedias
como un vendaval de astas en celo.
Ahora miro tu cuerpo
arrastrando mis sueños hacia el tuyo.
Quizá, quizá la noche
defienda nuestra noche,
y largamente nos desnude
hacia el final en vilo
de tantas madrugadas.
Te invito a compartir
la guerra de mis pechos,
para que al fin te embriagues
de este invierno abrazado por la lluvia.
Mientras invito al mástil de tu luz
entre la sombra roja de mis labios,
para que el mar comprenda
que no está nunca solo
aunque se esté muriendo.
¡Ah, bebedor de sombras!
Derrama ahora la tormenta que eres
lánguidamente tú dentro de mí.
Y luego recibamos
los asedios del beso
agotando los incendios del cuerpo,
y juntos invernar
como desnudos de oro,
ante este diluvio de presagios
acariciándote con toda mi vida…