Ahora suspiro por no poder estrechar entre
mis brazos ese cuerpo tan definido como
es el tuyo, tu silueta candente bajando
la ladera del este, simulando ser dos promontorios
entre la llanura que nutre mi imaginación
por poseerte entre lagunas de fuego por siempre.
Ahora evoco tus labios, aquellos tan delicados
que al contacto con los míos provocan erupciones
volcánicas en nuestro fuero interno, aquellos
que siempre se prestaban solícitos a un masaje
carnal que derivaba en la penetración lingual,
uniéndose entre ellas, en escorada masa de pasión.
Ahora vislumbro tus redondeados senos, firmes
y prietos como aguijón de espuela, fletando
al frente unos pezones que se erizaban
al contacto de mi sólo aliento y se masturbaban
al ser succionados con deleite por este pescante
de lo divino en ti, mi niña, mi sol, mi vida.
Ahora siento tus manos acariciar mi cuerpo,
llegar hasta mi cuello y asirlo con presteza
para llevarlo hasta tus labios donde se calibraba
en mil pares de hojas al viento mientras
susurrabas en él con tu aliento lo mucho
que me querías, lo mucho que le demuestro
al sol ser portador de luces más potentes
para cegar esos ojos que en la distancia
evocaban un misterio derretido en mi cuerpo.
Ahora sufro por no poder apreciar tus dotes
de amante fiel y lloro desconsolado la partida
de mi lado, con un frío beso, en la estación
del rencor, mientras tu tren partía hacia la
más lejana tierra, confundiéndome hasta la
extenuación, dejándome con la brida de la vida
tan espantada y alarmada por la soledad
que me enclaustró desde el mismo momento
de tu partida a esas tierras tan extrañas.
Polonius