¡Atento!, que la luz no se apague
¡Atento!, que brille bien alto
y que la oscuridad se la trague
con el viento y el fuego al asalto
sediento y hambriento entra en trance
entre pedernales de negro basalto
y con Dios de la mano alcanza de un salto
el extático aliento del divino romance
que en reposo asciende allá a lo alto