Cierro mis ojos y veo:
una sombra augusta y lánguida.
¡una sombra!
Que se yergue ante mi alma asustada.
Me sacude, me despierta, me enternece.
Y embebida en mi locura me parece
que es la sombra de las sombras.
Un espíritu, que rie francamente,
con la risa de mi corazón inocente,
y que tiene en su mirada:
no sé qué, que me trastorna,
no sé qué que me enloquece.
Amor mío, yo te veo entre mi extasis,
y te siento entre mi alma.
Condenso toda tu alma pura y cándida,
en la rosa matinal de una sonrisa,
ó en la estrella fugaz de una mirada.