Unos ojos encima
obligan a cualquier moribundo a flotar.
Los cuatro jinetes ya van de salida,
cerraron temprano las tiendas de esquina,
cercano y lejano,
un comienzo plural amenaza a mis manos.
Es héroe y villano este demonio catequista,
sus labios, que saben a resaca de tres días,
se acostumbran fácil a los labios extraños.
Se presumen austeros los corazones masacrados.
Las calles se inundaron de profetas con taparrabos,
se siente un dulce olor a orgasmo,
y el telón se levanta.
A causa de mi indigenismo,
me escondo cuando el tecolote canta.
Me dí cuenta que padecía de insomnio
cuando Xóchitl me lo dijo.
Esta fiebre está tan alta que me zumban los oídos.
La epidemia es la impaciencia
que acuña su suerte en monedas al aire.
ALONSO VILLANUEVA