Signos redondos con una línea hacia abajo. Además, un punto final.
Todo se personaliza. Ahora el miedo no es algo sino alguien. Todo lo que existe tiene identidad propia, fuerza o no fuerza es alguien que actúa. Sobre qué, sobre quién.
Cada vez, cada instante pestañeable y casi imperceptible, me convenzo de no estar solo. Existen, poseen vidas y a mi lado están. Invisibles.
Me da miedo, no, no es así. Ese vaso de la esquina es el miedo. Ya no es algo, ya es alguien con potestad y juicio suficiente para caerse por sí solo. Quién lo tumba, quién lo arroja, quién lo lanza. De seguro que yo no, si fuese así, habría que creerse que tengo un brazo alargable-ficticio que se convierte en alguien elástico con átomos de llovizna. Pero no, mi brazo no se descompone de su naturaleza casi-metro o menor a ésta.
Por fin se ha callado la música, esa música, ahora se escucha otra. Música marciana, sí, esa que se escucha en los invisibles, con los invisibles. Jadeos que gimen. Signos, signos y más signos. Pasemos a otro plano o al mismo plano-visión no-normal. Yo también me rio.
¿Puedes hacer silencio? No tú, él, el que está detrás de ti
Respuesta a mi pregunta primera. Creo que es difícil saber cuál es. Empecemos por la última mejor, ¿te parece?
Ahora la música es un poco más distante, lejana. Es marciana y no la tengo, la tienen ellos, los invisibles. El vaso está roto, se ha caído, ha derramado el café con leche, más leche con café, pero es café con leche. Estaba frío, quién se iba a tomar eso que también respira. Las hormigas saltarinas con zapatillas de ballet, ahora se divierten en su playa oceánica de dulce-amargo con espuma. Orgía melosa de cabezas negras, ellas solo recrean el título de este espejo mojado.