No es un plato extranjero,
ni un celuloide de moda,
ni es un ritmo rumbero,
ni alguna especialidad que sonroja,
ya he bebido su copa...
sin ser un vino tampoco.
Es un delicioso escrito,
rebosante de erotismo,
algo de pasión
y mucho de cariño,
de ternura y seducción,
envuelto en copitos de fuego.
Por a vida que a todos rodea,
por los árboles grandes y chicos
con su verde luminoso;
por las aves alzando el vuelo
iniciando el atardecer;
por la blancura de los cartuchos;
por la lozanía de las flores frescas,
aunque sean tan delicadas;
por vivir y sentir obsesión
colmada de admiración.
Por el cantar de las aguas
a veces calmadas y otras
turbulentas y alocadas,
bajando por las laderas
como un rio encausado;
por las nubes con tu forma
o sin ella;
por el viento que a veces arrecia
y otras que no se siente,
llevando el trinar de los pájaros,
inundando el silencio del bosque.
Por la ternura y la gente,
por la compañía de seres,
los hijos, los hombres y las mujeres,
por el cariño del niño, de la niña,
por el brindado por los pupilos y pupilas;
por el placer que sentimos
que inunda de satisfacción.
Por las almas en perdón,
por la seducción de la vida,
por la flexibilidad de los seres
que aman con corazón
sin importar la razón,
evitando la condición,
por el fuego del amor;
por los cuerpos con satisfacción
al hacer el amor con amor,
brindando su corazón,
disfrutando la ocasión:
vivan los copitos de fuego.
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