Camino lerdo sobre el cesped de la indiferencia resedaca por el sol que va al poniente.
Con frente altiva, con ojos limpios, ando pisando muertos y muertas sin alma ni paz.
Me ofrecen sonrisas que se disipan al primer viento que da un suspiro.
Cargan mis hombros árganas leves llenas de adioses y pañuelos falsos.
La vida le enseña al hombre, y el hombre aplasta la vida con virtudes peregrinas.
Mis harapos sin mancillas trepan árboles gigantes donde cuelgan mil disfraces.
El mismo nombre que me dio mi madre es el estandarte que marca mis huellas, dejando recuerdos de mis fantasías sin alojamientos, sin dueños ni tiempos.
Transité parajes, púdicas doncellas, grandes santuarios, vírgenes vendidas.
Acallé palabras con mis labios firmes, en besos inciertos de mentiras viejas.
Colgaron mis sueños en pechos calientes, y mordí mejillas de lunas hambrientas.
Ya sin la fortuna de la libido ausente, me visitan cuervos con picos de espinas.
Entre ellos te he visto, amorcito mío, burlona mirada a un viejo y enfermo.
Pero éste momento es mío, mi reina.
Déjame exhumar tu cadaver frío.