Si te contara que existió una época de los sueños
donde era tan real un anhelo haciéndose verdad;
era en la edad del bronce, la del tiempo medieval,
un caballero y un dragón forjaron esta amistad.
El caballero tenía su código de honor y respeto,
el dragón era el último de su especie aún con vida.
Ambos se cruzaron como magia formando dueto
dando aventuras con arduo esmero de valentía.
Decían que el dragón era la esperanza convertida
para mantener en lo terrenal la existencia divina
como prueba viviente ante la humanidad perdida
de que la probidad trashumante mata la guillotina.
El caballero había sido miembro de la vieja orden,
la que se encargó de custodiar la justicia delicada
pero emprendió viaje como heraldo feliz sin pobre
armadura, pues solamente la palabra necesitaba.
La fortuna había querido se fundieran sus caminos
en un rumbo sin dilación para enfrentar horizonte
donde un monarca déspota sin tregua por mezquino
adueñaba vidas y florecía muertes como un deporte.
La batalla fue un ejemplo de lucha sin miedo a nada
porque solo brillaba el ímpetu de levantar osadías
ante los muros de un reino que asesinatos mostraba
para alimentar en riqueza la voracidad de su codicia.
El caballero recibió una estocada mortal en su pecho
erupcionando sangre justiciera como río hacia final
de la lucha que iba manteniendo pero, ante lo hecho,
el dragón gestó un milagro que lo volvería celestial.
Aquella criatura tomó parte de su legendario corazón
para trasplantarlo en el cuerpo del abatido caballero
renaciendo vida de honor y sangre nueva con pasión
en aras de terminar con el dolor de ese rey rastrero.
Por tal milagro, el dragón fue invitado hacia los cielos
desapareciendo su inmensa figura del suelo conocido
porque ahora pasaría a ser novísima estrella de sueños
al ser una mas entre todos los dragones allí recibidos.
Había finalizado la tristeza y la tranquilidad de nuevo
imperaba en los verdes de una tierra que había sufrido.
El caballero cada noche despejada mirará hacia el cielo
donde su amigo, el dragón, brillará siempre su destino.
Vito Angeli