Hoy caminé, temprano, con el sol a mis espaldas,
se venían a mis pies todas las veredas,
se hacían angostas perdiéndose
en subidas y bajadas.
Todavía tenían sabor de noche
y también un gustillo a desayuno con tostadas.
La humedad del rocío parecía impregnada
mojando las paredes, las flores y mis ojos.
Mil pasos, cinco mil, quien va a saber.
Quien cuenta los pasos si no piensa
más que en ella que camina a la distancia.
Quien no deja pasar la suave brisa
con la frescura azul de la mañana,
hasta que de pronto aquel olor a pan caliente
se transforma en fragancia de jazmines
y canela, fruto maduro,
nórdico amanecer en primavera.
Y entonces se juntan los pasos y el aroma
y caminamos juntos las veredas
saltando algunos charcos
sin inquietar al barcino gato
que mira sin mirar ni estar dormido.
Aunque dos palabras me bastaban,
fueron cuatro orladas de ternura,
y su mano me pareció más tibia
y sus ojos aún más soñadores.
Las miradas se dejaron atrapar
por las miradas y hubo música en el viento,
en las callejas y en su risa.
Estás aquí, a mi lado, dulce y pequeña,
y al día lo has vestido de diáfana alegría.
Corramos por correr y riamos por reír,
se anidarán los trinos y el vuelo de las aves
en tus labios,
en mis labios,
en los besos.
Y sabes qué? Yo también te adoro, cielo mío.
Derechos reservados por Ruben Maldonado.
23-03-2010