El amor surgió en la primavera de sus vidas, como la ilusión de los capullos que se abren ante la humedad del rocío. Pero esa misma prisa por descubrir cada quien las risas que trae consigo el éxito, el desarrollo; el crecimiento de un futuro incierto…les llevó a uno y a otro puerto. Saborearon mieles distintas, también se deslizaron perlas de tristeza; alcanzaron metas y se trazaron nuevos propósitos.
Cada uno esperó muchas veces que floreciera de nuevo la rosa o el clavel del jardín primero. Llegaban los inviernos para alimentar sus raíces pero…el verano atacaba con fuerza calcinando el intento de crear brotes nuevos. En ese devenir de la vida…la distancia se fue haciendo grande sin poder regar aquellas flores marchitas, hasta que la brisa de los vientos de otoño trajo consigo de nuevo el aroma de aquellas flores, y tímidas se asomaban al descubrir que aquel amor de primavera no quedó en el olvido.
El sentimiento guardado resurge con la madurez y la experiencia que da la misma vida; cauto y grandioso, sublime y hermoso como el colorido de la primavera, pero maduro como las hojas de otoño, que permiten el renacimiento de la cansada planta. La desnuda, sin hacerla vulnerable, sino más bien para prepararla ante una adversidad… para brindar posterior fruto y sombra, cobijar y mostrar a otros su fortaleza, perseverancia y firmeza en sus decisiones.
Lissett