En el medio del bosque, Justina caminaba y frente a ella bailaban unas luciérnagas, iluminándole el camino a la niña perdida. Ella iba sollozando y caminando en círculos, iba y venía sin hallar la salida.
Justina encontró una piedra y allí se sentó a llorar su pena, las luciérnagas no se fueron de su lado y llegaron más y alumbraron como si hubiera dos faroles. Por un camino que había frente a ella, venía caminando el Hada Madrina, que había escuchado desde su casita e el Hongo Gigante, el llanto de la niña.
-¡Hola!, ¡Quién eres niña bonita? Preguntó el Hada.
-¡Hola! Yo soy Justina y me perdí, a pesar que estos bichitos de luz, alumbraron mi camino, no puedo regresar a casa de mis abuelitos.
-Y… ¡Dónde viven tus abuelitos Justina, no me temas! Yo soy el Hada Madrina…
-Yo no te temía, porque vi que tenias cara de buena Hada, pero mis abuelitos viven a la orilla del gran lago.
-Ah bueno, pequeña ven, sígueme, allí estaremos en unos minutos. Vamos, linternitas mías, la llevaremos con sus abuelitos.
Y se pusieron a caminar, el Hada de la mano de la niña y pasearon por el bosque, por las plantas altas y bajas hasta que salieron de la espesura y llegaron al llano, siguieron unos cuantos metros , hasta llegar al gran lago.
Costeando la cintura de la enorme laguna llegaron a la casita de los nonos de Justina. Al golpear la puerta la Abuela, abre y llorando recibe a su nieta.
_¡ Mi niña!, ¡Dónde estabas?, ¿Con quién llegaste?
-Con el Hada Madrina, abuelita mira…
La Sra. se asoma, y no ve a nadie solo centenares de luciérnagas que se van en la noche…