Las galerías rotas, destrozadas, ya no son aquellas que yo conocía, el ruido se transformó en polvo y telarañas, los gritos adolescentes en revoques rotos de medias caídas y zapatos gastados y redondos, la soledad ahora se respira hacia los cuatro puntos cardinales. El sol entra fuerte por las ventanas del este y eso debería ser suficiente para aclararlo todo, es tibio para esta fecha del alma, a pesar de los cristales que ya no están y jamás serán rotos nuevamente, que increíble paso lo que una mosca tarda en morir así es la elipse del hombre frente al universo, una elipse cruel y siniestra que devora infancias y adolescencias y mata gente conocida.
Tú estabas allí, muy cerca, con tus ojos pardos, apretándome la mano para decirme que así sea, yo como aquel ángel que jamás hubiera deseado ser revoloteaba aquella atmósfera indolente de áridas fragancias, la calma era necia, abstracta, el pensamiento crecía por encima de los cuerpos ingrávidos, la cama llegó para quedarse luego vacía, a su lado los recuerdos se recostaban sobre una colcha a cuadros como calles que cruzaban todas las distancias imposibles de abrazar con el pequeño taxi amarillo y negro de chapa, el cuerpo entre los cuerpos, el cariño viejo y gastado, reconciliado, amarillo en el espejo del otoño que se escapaba. El espacio tiempo se acortaba, la vida solo era retenida por pequeños filamentos que oscilaban entre la edad avanzada y las volutas del cigarrillo consumido a una velocidad innecesaria.
El gris verdoso se vuelve ojos grandes, redondos, abiertos, el último grito mudo, el último cigarrillo y la última mirada hacia la cortadita de adoquines tan redondos como aquellos ojos de mano ya suelta, el tiempo va devorando la elipse con el último aliento, se nos está yendo…los edificios me miran imperturbables, algunos han evolucionado otros se quedaron en el paquete de galletitas manon de 4. La vida, la muerte, el amor, florecen violetas y tardíos los jacarandás.