Alejandro José Diaz Valero

Hambruna

Cuento una historia tonta

de un caracol hambriento

que por no tener alimento

se comió su propia concha.

 

Y ya que esa ocasión

se muestra tan oportuna,

hambrienta también La tortuga

se comió el caparazón.

 

El hambre casi  mata

a una serpiente cascabel

y para no perecer

se comió sus dos maracas.

 

Hasta el ciempiés  sufrió,

y guiado por el instinto tal vez,

se comió todos sus pies

Cuando el hambre lo atacó.

 

En esta fuerte hambruna

hubo tan cruel desacato

que tigres, pumas y gatos

se comieron sus pezuñas.

 

El hambre la vida roba

dejando sólo el resuello,

y hasta los fuertes camellos

se almorzaron sus  jorobas.

 

Las aves quedaron desnudas

en ese asunto tan grave

al no poder con el hambre

se alimentaron con plumas.

 

Las abejas la pasaron mal

por esa hambre tan cruel,

se tuvieron que comer

hasta su propio panal.

 

Esta historia también remonta

a hechos espeluznantes,

cuando por hambre un elefante

se comió su propia trompa.

 

No se pudo salvar de ésta

el gallo allá en el corral

y para poder almorzar

se comió su propia cresta.

 

Ella a todos humilla

de forma tan insensata

que hasta el perro de la casa

se ha comido sus costillas.

 

El pobre león, que pena

cuando el hambre lo asechaba

se comió sin pensar en nada

su desgreñada melena.

 

Creo que nadie soslaya

un hambre como aquella

que hasta las pobres cebras

Se comieron todas sus rayas.

 

Recordar me desespera

lo fatal de aquella hambruna

donde se alimentaron orugas

con sus cobertores de seda.

 

Una historia como ninguna

esta que les he contado

pues yo también desesperado

me comí todas mis uñas.

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