Cuento una historia tonta
de un caracol hambriento
que por no tener alimento
se comió su propia concha.
Y ya que esa ocasión
se muestra tan oportuna,
hambrienta también La tortuga
se comió el caparazón.
El hambre casi mata
a una serpiente cascabel
y para no perecer
se comió sus dos maracas.
Hasta el ciempiés sufrió,
y guiado por el instinto tal vez,
se comió todos sus pies
Cuando el hambre lo atacó.
En esta fuerte hambruna
hubo tan cruel desacato
que tigres, pumas y gatos
se comieron sus pezuñas.
El hambre la vida roba
dejando sólo el resuello,
y hasta los fuertes camellos
se almorzaron sus jorobas.
Las aves quedaron desnudas
en ese asunto tan grave
al no poder con el hambre
se alimentaron con plumas.
Las abejas la pasaron mal
por esa hambre tan cruel,
se tuvieron que comer
hasta su propio panal.
Esta historia también remonta
a hechos espeluznantes,
cuando por hambre un elefante
se comió su propia trompa.
No se pudo salvar de ésta
el gallo allá en el corral
y para poder almorzar
se comió su propia cresta.
Ella a todos humilla
de forma tan insensata
que hasta el perro de la casa
se ha comido sus costillas.
El pobre león, que pena
cuando el hambre lo asechaba
se comió sin pensar en nada
su desgreñada melena.
Creo que nadie soslaya
un hambre como aquella
que hasta las pobres cebras
Se comieron todas sus rayas.
Recordar me desespera
lo fatal de aquella hambruna
donde se alimentaron orugas
con sus cobertores de seda.
Una historia como ninguna
esta que les he contado
pues yo también desesperado
me comí todas mis uñas.
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