benchy43

ANÉCDOTAS DE UN REMISERO (3)


(“la tragedia…”)

Cuando alcancé los 65 años pude al fin jubilarme y decidí dejar de trabajar en el remis. Bah, la idea era no trabajar más, nunca más. Muy poco me faltó para cumplir 50 años de actividad laboral, ya que comencé a los 15.
 

 

Estaba cansado, aunque muchas veces luego de mi retiro me tentaron las ganas de volver a ese trabajo que tanto me había gustado: el de remisero. Sin embargo, había  mucho riesgo, ya que los asaltos comenzaron a hacerse cosa de todos los días. Y pensé, para qué tentar al destino, cuando jamás hube estado en peligro ni conocí en carne propia lo que es un atraco.
 

 

Y todo esto viene a cuento porque quiero rendir un homenaje a un compañero, la primera víctima en la empresa de la violencia ciudadana. Se llamaba Raúl Rebay, y le decíamos “el colorado Rebay”. Era un muchacho de unos 30 años, delgado, con un mechón de cabello que siempre le caía sobre su frente. Hombre de “pocas pulgas”, montaba en cólera ante la cualquier situación adversa y así era como nosotros, sus compañeros, gozábamos haciéndolo enfadar. Un 24 de diciembre en horas de la tarde-noche (ya estábamos en servicio “los nocheros” y yo cumplía el horario de 18 a 6 de la mañana), nuevamente cargamos contra él de modo tal que su enojo lo llevó a sentarse en su auto, lejos de nosotros. Fue la última vez que lo vi con vida.
 

 

Llegó la hora de mayor actividad, era Nochebuena y nos desperdigamos transportando alegrías, pesadumbres, esperanzas, amores, desilusiones, aunque por ser la fecha que era, la gente estaba contenta. A partir de las 23 tendríamos 2 horas para brindar con nuestras familias y luego retornar al trabajo. Así lo hice, así lo hicimos todos,  menos el colorado Rebay. Aunque la central no tenía noticias de él desde antes del cese, se pensó que no había alcanzado a informar que iba camino a su casa. En realidad su familia no vivía acá, sino en una ciudad más o menos cercana. Pasadas unas horas se denunció a la Policía sobre su desaparición, aunque nosotros, los demás integrantes de la flota, no sabíamos absolutamente nada, ya que estábamos muy ocupados.

 

Alrededor de las 2 de la mañana se nos informa por radio que todos debíamos concurrir a la central, algo muy llamativo y que nunca había sucedido. Estacioné mi vehículo al frente y ya vi un amontonamiento. La puerta estaba cerrada y, al acercarme, descubrí un cartel que decía “cerrado por duelo”. Adentro la consternación generalizada, mi propia incredulidad, al enterarnos que Rebay había sido asesinado en un barrio alejado del centro.
 

 

Las investigaciones pudieron establecer que Rebay “levantó pasajero” desde la central poco antes de las 23: era un muchachito flacuchento con un bolso que sostenía fuertemente contra su pecho, en el que llevaba (luego se supo) una escopeta con el caño recortado. Estuvo sentado esperando un rato. La agencia estaba repleta de personas que querían cuanto antes reunirse con sus seres queridos. El victimario fue apresado a las pocas horas, confesó su autoría y dio detalles de cómo lo había ejecutado, aunque esto no llegó a trascender, mejor dicho, yo no supe si fue la negativa de Rebay a ser robado, una maniobra en el vehículo que hizo sospechar al delincuente o la resistencia del remisero. Nunca quise ahondar en lo sucedido. “El colorado” ya no estaba entre nosotros y, para mí, no tenía ningún valor buscar precisiones  de  las causas o los detalles de su muerte.
 

 

Al día siguiente, a eso de las 10 de la mañana, una caravana de remises acompañaba al vehículo mortuorio, hasta unos 20 kilómetros rumbo a Saladillo, ciudad de la que era oriundo y en donde en vano lo habían esperado su esposa y sus hijos para celebrar la Navidad.


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