Cuando nací, fruto de su vientre
hinchado de dicha y soledad
mis manos no alcanzaban
a tocar su estatura de secoya,
ni mis pasos a seguirle
si no hubieses con amor
de alzarme al casto cielo
de tus enseñanzas,
-- que torcida arremetida,
que amargas experiencias --
me hubiesen desolado
en el desierto de la vida.
Cuando crecí, primero
junto a ti, luego
por los azahares del destino lejos,
se hincaron mil veces tus manos
antes que las mías
con las espinas de la vida,
con rocas y batallas.
Ahora, carente de tus besos
me hurto la añoranza
en cada noche
para no sufrir el enojo
de no tenerte.
Ahora camino y miro atrás,
-- madre querida --
y en cada noble arruga de tu rostro
veo mis aciertos y victorias,
en cada canto acabado
de tus rezos,
tu febril esfuerzo
tu modesta espera
tu arremetida contra el tiempo,
tus desvelos y carencias,
mi riqueza.
Ahora miro, fuerte
el tronco que te alza
y a pesar de la distancia
tu ojos son la fuerza necesaria.
Madre querida,
no padezca,
aún siendo un hombre ya
al estrado de sus pies,
no logro alcanzar
su estatura de secoya.