El sol se desperezaba a lo lejos en el horizonte; sus tímidos rayos se extendían por la ladera, haciendo bellos reflejos en las mansas aguas del riachuelo, el cual seguía corriendo distraído, sin apenas darse cuenta que el día había comenzado de nuevo.
En el bosque los pájaros cantan anunciando el día, las aves nocturnas se retiran a dormir su trasnocho, mientras el riachuelo seguía inocente del nacimiento del nuevo día.
Sus pececitos de colores con sus ojos abiertos nunca los cerraban para dormir, por eso el riachuelo no podía saber si habían dormido, y si ya era un nuevo día. Las flores y los arbustos que crecían al margen de sus riberas seguían allí, bailando al son de la suave brisa, sin poder darle una pista al riachuelo de que había vuelto a amanecer. Sin embargo el riachuelo seguía cantando divertido, esperando ansioso el amanecer, para dejar de correr y quedarse dormido para siempre entre piedras y arbustos.
Tal vez por eso nadie le dice cuando llega el nuevo día; para que sus aguas sigan cantando por todo el bosque, como lo ha venido haciendo desde hace tanto tiempo.