25 MAYO 2003
Que a las palabras se la lleve el viento, y que lo que ha quedado escrito permanezca eternamente no solo en el corazón, sino en el papel que le dio forma, hasta que el tiempo, en su instancia degradadora lo transforme en otra cosa.
Para que así las palabras reencarnen en el alma de quien las ve, y de quien las escribe; Y para que las acciones se fusionen paulatinamente con el tiempo, entre lógica y afinidad con lo que se dice se hace y siente.