Su tierra no es roja.
Es pardusca y regada con un sudor que no afloja.
Ella empuña el arado, el machete y del buey el picador.
Rompe la tierra, deja semillas y una ofrenda de candor.
Se planta junto a su hombre en el quehacer cotidiano,
Y brilla en sus ojos limpios la luz del sol meridiano.
Es valiente y hacendosa, es campesina y hermosa
En sus mejillas sublimes, a cada lado una rosa.
Mujer de manos callosas, agasaja mis deseos
Cuando transforma mi cuerpo con caricia en su paseo.
Ella se anida en mi alma y yo en su tibio pecho
A veces reímos, lloramos, cantamos, vivimos el mismo lecho.
Todo comenzó una tarde de estío en su sonrisa
Y me mostró sus hoyuelos, manantiales sin prisa.
Confundido, turbado le dije ¿Puedo invitarte un helado?
Y era que pasaba un ángel entre dos enamorados.
Hasta hoy vivo prendado de aquella mujer campesina
De hoyuelos hermosos que a hacerme vivir se empecina.
Me trae flores cada día de su jardín mas preciado
Y yo le doy mi canto, mi verso y mi corazón extasiado.