Soy un ignorante.
No sé de lo bueno ni de lo malo
más de lo que me han contado,
No entiendo el mundo,
ni la vida,
ni los avatares de la vida,
ni los avatares del mundo,
ni los otros mundos que rondan
nuestro mundo,
ni menos aún mi mundo,
el que no conocés,
el que te estoy contando.
Igual que todos no sé de lo bello
ni de lo que no lo es.
Me importa un bledo opinar
sobre lo que no conozco
y jamás conoceré.
Me declaro un perfecto ignorante
¡y qué hermoso es!
[Aprovecho para poner algo de rima, para que el lector pueda asociar este vómito confesional con algún tipo de poema. Horrible, claro está, pero poema al fin.]
Aún así me gustan las fotos.
Sacar fotos distorsionando
todo cuanto se pueda,
arruinar fotos diría yo.
No concibo lo real sin lo irreal,
el mundo mismo es ridículamente irreal
por donde se lo mire.
Sólo hay que mirar, fotografiar y arruinar;
esa es la dialéctica del artista.
[Como todo buen ignorante es necesario que emita sentencias y aquí están.]
El tema es que no sé muy bien qué es el arte
y qué es ser un artista
pero eso no viene al caso:
lo escrito, escrito está;
escribir sin corregir,
he ahí la magia del poeta.
[Ahora soy un poeta. Es lo bueno de la ignorancia: ser lo que uno quiere ser.]
Quizá haya quien lea (si alguien me lee)
en estas líneas rápidas
- tan desordenadas y vulgares como quien las escribe –
la satirización y/o denigración
del ignorante con todas las connotaciones
socio-antropológicas que sólo
los grandes desconocedores pueden hallar.
Nada más lejano.
¡Vivan los ignorantes!
[Hay un pájaro azul con pico rojo y cresta naranja que se ha parado en mi lapicera creyendo que es un árbol.]
La ignorancia es desconocer
alguna que otra arbitrariedad
entre tantas que sofocan nuestros días.
[Sentencia número dos.]
Yo soy uno de ellos
y espero serlo más aún
mientras pueda y haya tiempo.
[Ahora el pájaro me habla de sus andanzas. Está cansado así que va a dormir un rato en casa, comeremos un pato a la naranja, y luego se va a ir por donde vino, es decir: por la ventana.]
Me encanta delirar
y por eso vagabundeo en lo que pienso
pero la cuestión es una desde el principio:
soy un ignorante y me gusta serlo, punto.
[Note el lector qué recurso tan interesante digno de un gran literato: escribo la palabra “punto” y la acompaño con un signo ortográfico de igual denominación.]
Tal vez un día pueda aprender algo,
pero lo cierto es que poco me importa.
Según algunos reproductores de la antigüedad
no hay peor ignorante
que el que ignora su propia ignorancia.
Desde este punto de vista entonces yo,
ni a esta altura cansado
y desilusionado lector,
al confesar mis pocas luces,
no soy tan ignorante como declaro
y como el mundo es desde
sus orígenes mismos,
total y absolutamente maniqueo,
si no soy ignorante entonces ¿qué soy?...
Exacto, sí señor/a:
el más culto e inteligente de los seres.
De esta manera verás,
querido lector,
he realizado aquello que
todo escritor de primera plana
hace varias veces en su vida:
le hice perder el tiempo a quien me lee.
Ahora, satisfecho con esta medalla,
me voy a fumar un café
y tomar un cigarrillo,
mientras despido al pájaro
que se va por la ventana.
M.R.