a Elicett
Ellos decían:
¡Viva el brillo, lago vítreo, de tus ojos!
Otros, pocos, discrepaban:
¡Me gusta el eterno color que a tu mirada acompaña!
y tus párpados
en un abrir y cerrar
dejaron entrever
un rubor finísimo.
Yo, en cambio, dejé fluir
el silencio
por mi garganta.
Callé decir:
¡En tus ojos obran las abejas
y queman la miel;
tienes, por eso, la mirada acaramelada,
el brillo fundido en cada iris!