Soñé con espumas de plata
en el comienzo de un atardecer:
destellos helados,
bruma tenebrosa.
Miré con ojos de niño al sol,
como si fuera la última vez que le oyera cantar
blandiendo su espada de fuego,
tiñendo de oscuro al recuerdo,
bañando de luz al olvido.
Agoté esperanzas pasadas
en los posos vacíos de una copa de ron,
mientras me imaginaba
que fuera la muerte
sólo el rellano de una escalera
rota hacia el anochecer.
Y me convencí
de que quien gana la batalla,
no es quien lucha sin aliento
por un grito compartido;
sino quien merece, sufriendo,
un pedestal en la arena,
un día completo en la senda
al callado remanso de paz