Editorial: Savia Año de edición: 1962 Año leído: 1962 Idioma: Castellano Páginas: 14
Comenzaremos diciendo que los poemas que conforman Aquella aldea se muestran concatenados en su sentido; parecen una secuencia de motivos inseparables, como si quisiesen complementarse unos a otros. Nos merece particular atención el primer poema, “La flor ignorada”. A simple vista, y solo a simple vista, el poema parece ser la descripción de una flor a la cual nadie busca ni por ella se interesa. Una flor que Gustavo Jaén ve “prendida en lo más lejano del barranco; trepada en lo más alto del árbol en la perdida montaña; o aquella que discretamente se engajó en la cornamenta bovina y que es una coquetería de colores para las ansias del toro”. Con todo el respeto que pudiera merecernos esta interpretación impresionista, no vemos esa imagen lejana.
Para nosotros, repetimos, el símbolo nos parece diferente. En esa flor, como hilo temático de la descripción, está representado el yo del poeta, colmando “las fecundas primaveras”. Es, sin duda alguna, la alusión a un hombre que se rememora en las aulas de una vieja escuela en donde sus alumnos, gran parte de su pueblo, no comprendían la templanza de su carácter ni el grado de su ingenio. “Nadie alcanzó a medir sus leves hilos / nadie pensó que aquella aldea opaca / guardaría la lumbre del hechizo”. Por esto, afirmamos que las “fecundas primaveras” es la metáfora de la juventud, a la que un día le tocó modelar. Esa flor, lejos de estar en la exterioridad como cree Jaén, lejos de ser síntoma de un paisaje determinado, está en el poeta mismo. Es más, es el poeta mismo. Como puede claramente apreciarse, no es una imagen nativista. Ya en su obra Rescoldo hay un poema llamado “Siete claves para custodiar un recuerdo”, el cual en su última clave, denominada “aldea”, dice:
Si aquella flor ignorada
halló en la aldea sociego,
dejadla en su cárcel. Ella
tendrá que adornar por siempre
la nueva edad del recuerdo.
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Año de edición: 1962
Año leído: 1962
Idioma: Castellano
Páginas: 14
Comenzaremos diciendo que los poemas que conforman Aquella aldea se muestran concatenados en su sentido; parecen una secuencia de motivos inseparables, como si quisiesen complementarse unos a otros. Nos merece particular atención el primer poema, “La flor ignorada”. A simple vista, y solo a simple vista, el poema parece ser la descripción de una flor a la cual nadie busca ni por ella se interesa. Una flor que Gustavo Jaén ve “prendida en lo más lejano del barranco; trepada en lo más alto del árbol en la perdida montaña; o aquella que discretamente se engajó en la cornamenta bovina y que es una coquetería de colores para las ansias del toro”. Con todo el respeto que pudiera merecernos esta interpretación impresionista, no vemos esa imagen lejana.
Para nosotros, repetimos, el símbolo nos parece diferente. En esa flor, como hilo temático de la descripción, está representado el yo del poeta, colmando “las fecundas primaveras”. Es, sin duda alguna, la alusión a un hombre que se rememora en las aulas de una vieja escuela en donde sus alumnos, gran parte de su pueblo, no comprendían la templanza de su carácter ni el grado de su ingenio. “Nadie alcanzó a medir sus leves hilos / nadie pensó que aquella aldea opaca / guardaría la lumbre del hechizo”. Por esto, afirmamos que las “fecundas primaveras” es la metáfora de la juventud, a la que un día le tocó modelar. Esa flor, lejos de estar en la exterioridad como cree Jaén, lejos de ser síntoma de un paisaje determinado, está en el poeta mismo. Es más, es el poeta mismo. Como puede claramente apreciarse, no es una imagen nativista. Ya en su obra Rescoldo hay un poema llamado “Siete claves para custodiar un recuerdo”, el cual en su última clave, denominada “aldea”, dice:
Si aquella flor ignorada
halló en la aldea sociego,
dejadla en su cárcel. Ella
tendrá que adornar por siempre
la nueva edad del recuerdo.