Ninguna persona tiene la obligación de tener a William Shakespeare entre sus autores favoritos. Si esa admiración sucede con frecuencia y es experimentada por millones de seres humanos, es porque, evidentemente, el creador de «Macbeth» tuvo aptitudes literarias sobresalientes que le permiten, aún en la actualidad, gozar de una fama inigualable.
Aunque muchas de sus obras merecieron extensos artículos en Poemas del Alma, todavía quedan trabajos por mencionar. Uno de ellos es «El rey Lear», una tragedia que gira en torno a la ingratitud, al amor filial, a la vejez, al engaño y a la locura.
En esta propuesta que fue llevada al cine y al teatro, tal como lo indica su título, el protagonista es Lear, un anciano y autoritario rey de Bretaña que, dispuesto a dejar su cargo, decide nombrar como sucesoras a sus tres hijas: Goneril, Regan y Cordelia. Antes de adjudicarles semejante honor y responsabilidad, Lear pone a prueba sus méritos con el fin de dividir el reino en base al afecto que ellas sientan por él.
Tiempo después de efectuada la división del reino (marco en el cual las hijas perversas resultan favorecidas y la más sincera y querida queda desterrada), comienzan a surgir problemas, el anciano queda abandonado y las consecuencias negativas de las malas decisiones no tardan en llegar. Producto de esta situación, surge un desenlace trágico que termina por destruir la vida de todos.
De acuerdo a algunos indicios, Shakespeare escribió «El rey Lear» entre 1603 y 1605. Su representación parece haber tenido lugar en 1606 pero su publicación no se realizó hasta 1608. Por ese entonces, esta obra dividida en cinco actos que se volvería a lanzar en 1619, en 1623 y 1655, llevaba como subtítulo «La verdadera crónica de la vida y muerte del Rey Lear y de sus tres hijas».
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