Hueso en el Hueco

Eduardo Urueta


 

 

El día que te moriste, el silencio devoró mi oido. Nunca tu voz oiría de nuevo, siquiera una ofensa o la risa de tus quince mal consumidos años.

Si lo hubiera sabido, te hubiera puesto a leer toda la literatura del mundo, pero es que la pesadilla empieza en sueño y no advierte su advenimiento ni su aproximación.

Una carta reconoce que sabías escribir y que ya sentías con toda posibilidad.

¿Qué tuviste por última visión, el suelo o el cielo, acaso cerraste los ojos, desde tiempo atrás, aun con el párpado abierto?

Tu vértebra fue un gusano, una hormiga bajo la pata de un elefante. Tan insignificante como un grano de sal y tan interminable como sólo tú. Inexplorado. Mi miedo y mi cadena.

Feroz golpe ¡ay, esta locura de querer soñar toda la vida, de esperanzarme fuera de quien soy y amanecer en la muerte para buscarte. Siento que en cada minuto del reloj que a mí corresponde, tú vacilas un segundo en alejarte y volverte permanencia hundida e impenetrable.

Hueso que me inclinó la vista. Desde que te moriste sé que mirar abajo es ver al muerto y ver arriba es buscar el consuelo. Ya no sé mirar al frente.

Hueso que gime en mi hueco, eres el año dos mil ocho: año del jamás y del suplicio imperecedero.

Vals del hueso, de las lágrimas con espuma que intoxican los aviones.

Ninguno tiene tu ropa, toda, ni tu muela de diez años que guardabas en un sobre con tu primer salario recibido.

En tu casa sólo me dieron una notificación y desde entonces la odio.

No sé si la muerte habita en ti o en mí;

Y -¿Qué es muerte?

-Cuando el baño te sabe a añoranza de baño juntos y estar solo, cuando la noche te sabe no a somnolencia sino a angustiosa cama para uno, cuando la comida sabe a elogio al alimento que hace sobrevivir sin paladar, cuando una fotografía te sabe a engorro fácil y no a recuerdo dócil, cuando un beso te sabe a animal y no a incendio de venas, cuando el humo te sabe a infierno y no a situación natural del cigarro encendido, cuando una planta te dice que es el atuendo que le viste –al muerto- allá abajo y no cuenta de su verde estatua.

¡ay, de la piedra que quise romper un día!

¡ay, de tu piel que ya es una hoja que rasura una tela y al subsuelo!

¡ay, de tu vientre, blanco de algún día, que es un hueco. Ay, hueso!

 

 

 

 

 

  • Autor: Eduardo Urueta (Seudónimo) (Offline Offline)
  • Publicado: 6 de abril de 2011 a las 22:04
  • Categoría: Triste
  • Lecturas: 22
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