La hora perdida

Me robaron una hora. Fue terrible al principio, sentía, con plena convicción, que mi reloj debía estar roto. No podía ser que me hayan robado una hora.

No he sido mala amante, entonces ahora no entiendo como puede estar una persona tan sola, tan seca, quizás podrida, quizás marchita. No entiendo cómo me aburro tan rápido de las personas que alguna vez me encandilaron. ¿La luz puede apagarse así, de repente?, o será que veo luces donde no existen, las luces que yo percibo son tan fugaces que se escapan con el susurro, nunca llegaron a sentir te quiero. Soy tan poco visionaria, suelo equivocarme siempre. Aunque un poco de utilidad tiene el no ser visionaria, si nada de lo que digo será, tal vez podría creerlo y saber concientemente que todo al revés diera, es una especie de visión reversiva. Los pensamientos se cruzaban entre palabras alineadas bajo un criterio poco confiable, cada movimiento me brindaba una nueva visión. Y las cosas eran y siguen siendo tan poco claras, que lo único que hago es enredarme con las palabras mal alineadas. Las hojas caen de los árboles ahora en otoño y forman la musicalización perfecta para los pensamientos. Se desprenden de las ramas con el más leve movimiento en el aire; se cruzan, pelean en el viento antes de aterrizar en el suelo. Recuerdo ahora, unos instantes atrás cuando cada paso me acercaba, recuerdo ahora las ansias por triturar esos papeles tensos en el suelo. Todos los colores estaban ahí: las ocre eran las mas tensas y su crujir era corto y retumbante, las amarillas solían ser mas tímidas, pero las verdes que cayeron quien sabrá porque, debiera entenderse que sólo van a caer del árbol aquellas que se encuentren secas en alma y vida, pero los paréntesis y letras chicas demuestran que existen las que se meten por debajo de la puerta. Tantas cosas se meten por debajo de la puerta, digo que todas.

 Mire mi reloj y noté que me habían robado una hora.