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Cuando el amor llegue a visitarte.
Un día, cuando menos lo esperes, el amor llegará a tu puerta y no sabrás qué hacer. Posiblemente, pero con alegría, le observarás; limpio, humilde y poderoso, franco y un poquito esquivo pues no le gusta el roce físico con los demás.
Y pensarás: ¿Qué le ofrezco? Tengo muchas cosas deliciosas que puedo darle, algo para mitigar su sed o agradar su paladar con un delicado y fino postre; quizá mis labios y la tersura de mi piel. A lo mejor le agrada que le hablen al oído y le digan cosas dulces y primorosas.
Él, con su inmenso poder, adivinando tus pensamientos te dirá:
Nada de lo material que has atesorado en el curso de tu vida me interesa, pues, soy inmortal y solamente lo que jamás perecerá será de mi agrado. Si, cierto, tengo sed, pero de esa fuerza que desde que viniste al mundo tienes dentro de ti, de ese poder que te da la vida, el anhelo de mirar la grandeza que te rodea tanto en las cosas mayores como en las menudencias que apenas tu ojo alcanza a contemplar.
Quiero observar tu ir y venir, el movimiento de tus pensamientos que se arremolinan como niños curiosos al abismo de dulzura que traigo conmigo. Déjame observar cómo cuidas de ti y de tu modo de decir las cosas, de la especial observación que pones al sonreír porque has comprendido que una sonrisa es mejor que el gesto serio y adusto de la mayoría que solamente demuestra su debilidad y ausencia de paz interior con esa vana gravedad del ánimo.
Me he acercado a ti porque sé que me necesitas con mucha urgencia, tu alma se siente solitaria y precisa de un compañero ideal que te haga sentir útil y feliz porque esa es la misión por la que llegaste al mundo; sin embargo, habrás de ver y comprender con suficiente certidumbre que no alcanzarás tu propósito a través del concepto físico sino partiendo de la esencia misma de la vida que soy yo, el amor, la inconcebible y espiritual fortaleza desde la cual todo es posible para quien me posee.
He visto cuanta soledad y vacío engendra la mente en tu cuerpo y cómo mueve en oleadas febriles a la naturaleza de tu ser para satisfacer el capricho, el deseo, la posesión y el ánimo. ¡Pobre de ella! No sabe la infeliz que sin mí, nada de esta dicha eterna es posible. No será la caricia, el tierno toque de un beso, la mirada que enerva y eleva, el poema dulce de unas palabras al oído del amado, ni mucho menos, la promesa, lo que haga mella en mi para que, presuroso acuda y llene las consistencias, si, no me llevan consigo como la esencia misma de todas las actividades que mueven a la entera humanidad. De modo que, si la bondad y la sabiduría han abonado tus raíces, habrás de comprender que todo lo que lleve implícita mi presencia es duradero y eficaz porque parte de ese camino, de esa verdad y de esa vida le darán sazón a tu unidad volviéndole, en la fertilidad para el bien, un ente de provecho y desarrollo espiritual.
¿Qué de donde vengo?
¡Vaya pregunta me haces! Y es natural, pues, nunca volviste la mirada hacia tu interior para contemplar la exquisitez de esa claridad que emana de la fuente inagotable de la cual eres templo y morada; siempre estuviste atareada en cuidar de las cosas externas y perecederas descuidando la luz que jamás fenece; tu afán por la satisfacción del deseo vano te hizo ser como la mayoría, como esa masa humana insensible que vive inmersa en la más abyecta vanidad; sin embargo, hoy que he llegado a tu puerta, si logras satisfacer mi anhelo divino de impregnarte con la verdad, iremos juntos sembrando las semillas que un día serán el maná para aquellos hambrientos, quienes, por movimiento propio y consciente alargarán su brazo para tomar el alimento que nutre los espíritus buenos.
Conmigo, serás, entre las reinas, la mejor y más humilde; aquella del poder inacabable y santo que transmute la sin
razón en palabra sabia y bienhechora, porque el que todo lo puede y de quien soy parte le instará a la luminosidad que descansa en el ahora para que todo aquel que sea bendecido por ti, pueda, dichoso ser la causa de la felicidad para quienes le rodeen.
Dame, pues de beber del Cristo que mora en tus entrañas y calmar así, mi sed, porque errante voy y me agobia la displicente insensatez de quienes, ignorantes, confunden la grosera compañía con la insondable profundidad del océano espiritual de paz y dulzura que soy. Vamos, vuelve sobre tus pasos y despójate de ti misma que solamente así podrás poseerme en la plenitud de una eterna dicha; solamente así, tus ojos se abrirán para contemplar el esplendor de la sabiduría divina, para que, en esta interacción puedas vivificar, llenar con eternas esperanzas, impulsar al hermano, al esposo, al hijo amado, al camino que conduce a Dios.
No me dejes en la puerta de tu casa, invítame a reposar en la suavidad de tu alma para que pueda hacer de ti una humilde, hermosa y útil representación del bien y percibas que, una vez en el camino, bajo mi guía, llegarás al fin a palpar y degustar la divina presencia de Nuestro Padre Celestial.
Bendiciones
- Autor: Alcides Caballero ( Offline)
- Publicado: 3 de junio de 2011 a las 17:14
- Categoría: Sin clasificar
- Lecturas: 385
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