Cuento de Navidad
Nevaba copiosamente,- mientras caminaba dejando sus huellas marcadas sobre la nieve- iba recordando aquellas palabras que con tanto amor quedaron grabadas en su corazón…
Te quiero tanto… pronto volveré.
Hacia tres años ya…
Sacudió lentamente la cabeza, con este mecánico gesto intentaba dejar escapar pensamientos que sabia con seguridad acabarían entristeciéndola.
Era la última noche del año-un año mas pasaba de largo-y su corazón estaba tan gélido como la fría mañana de diciembre.
Era temprano, pocas almas se atrevían a salir de sus casas desafiando al tiempo, a no ser que… algo demasiado importante para aplazarlo, fuese el motivo.
¡Así era realmente!
Los niños de la señora Bolton necesitaban ciertos cuidados mientras ella estaba enferma, y había prometido ayudar.
Desde que se quedo viuda (su esposo había fallecido en un accidente de avión) la pena había resentido muchísimo su salud, y los dos pequeños que tenia… necesitaban atención.
La nieve caía cada vez con más intensidad…
Se estaba poniendo muy difícil seguir avanzando, con el peso de la mochila oprimiéndole la espalda, pero necesitaba llegar cuanto antes a la casa con los alimentos que había preparado para la cena de Año Nuevo. Aquellas criaturas y la misma señora Bolton , merecían esto y mucho más.
El pastel de grosellas, era la pieza cumbre de la cena…-los chiquillos lo agradecerían más que cualquier otro alimento-, y ella se sentiría inmensamente feliz si conseguía arrancar una sonrisa de sus caritas.
Mientras avanzaba …la nostalgia seguía intentando abrir las heridas de su corazón.
Le venía a la mente la última Noche Vieja que disfruto junto a él: el baile, sus brazos rodeándola calidamente…sin proponérselo, una sonrisa iluminaba su rostro por completo.
¡Dios mío!
Casi no podía distinguir el camino entre la nieve, (había más de medio metro de fríos copos cubriéndolo todo) mirase hacia donde mirase todo era idéntico: árboles sujetando pesadas guirnaldas de nieve, poniendo ese toque encantador al paisaje. Pero era difícil descubrir donde se encontraba exactamente la carretera, que conducía hacia la casita, los indicadores estaban caídos o cubiertos de nieve y cada vez le costaba mas decidir donde poner los pies- un paso en falso, y podría romperse una pierna-. La oscuridad plomiza que envolvía el cielo, la constante nevada, el frió, el peso de los paquetes que cargaba, y la total desorientación que empezaba a apoderarse de ella, empezó a llenar de silenciosos gritos de socorro su mente. Su precipitación le había jugado una pasada, aventurándose sola en este temporal,- a pesar de ser necesario-ahora sabia con seguridad que debería haber esperado.
Se apoyo en el tronco caído de un árbol-los recuerdos venían impetuosos a su mente-unas lagrimas de rendición empezaron a rodar por sus mejillas dejando su rostro surcado por dos líneas heladas. Recordó el funeral…
Hacia tres años que aquel terrible accidente se lo había arrebatado-ni siquiera había cumplido la promesa de volver-su coche había sido victima de un infortunado accidente en el hielo, la ultima Noche Vieja… tres años atrás. Hacia muchísimo tiempo que no dejaba salir estos recuerdos, no podía perdonar al destino haberle arrebatado a Carlos; la herida nunca se cerró, pero permanecía cubierta de impotencia ante la providencia, con ese pacto de silencio mutuo entre su mente y su corazón.
Quizás era hora de rendirse…cerrar los ojos y refugiarse entre los brazos del invierno para dormir el sueño eterno.
Se sentía… desfallecer.
No era capaz de saber, cuanto tiempo llevaba con los parpados cerrados, estaba helada, aturdida, pero el ruido estaba segura de haberlo escuchado con claridad, o…
¿Acaso ya no se encontraba en el mundo de los vivos?
Sacudió su cabeza repetidamente,- con fuerza-, y miro alrededor intentando averiguar de donde provenía el sonido…
Solo veía unos ojos que la miraban con fijeza, de un color inverosímil, cálidos, transparentes, pero que emanaban… quietud. Coronando su cabeza sobresalían dos enormes astas,-imponentes- su pelaje era gris, totalmente cubierto de diminutos copos que le hacían parecer resplandeciente, y su envergadura era enorme; pero sin saber porque, no sintió temor del majestuoso alce,- y él de ella, tampoco-, por la quietud con que la miraba a tan corta distancia. Era un esplendido macho, que llamaba su atención sin brusquedad, moviendo suavemente la cabeza de un lado hacia el otro. Pero ella ni se movió…
De pronto, sus pasos se dirigieron en línea recta hacia ella, y con infinita suavidad le empujaba suavemente con el hocico, instándole repetidamente a levantarse; sus ojos refulgían cerca de los suyos, su aliento daba calidez a su gélido rostro y una lucecita de aviso empezó a repiquetear en su mente…
¡Levántate June! Gritaba silenciosamente su mente, intentando lograr un poco de calor, para conseguir mover sus entumecidos músculos.
De pronto, empezó a reír al notar el brillo en la nariz del alce, de un negro azabache- idéntica al brillo de las gemas- que le recordaba el antiguo camafeo que adornaba el cuello de su abuela en ocasiones especiales. Sin pensarlo, acaricio el cuello del animal y se levantó poniéndose a su altura, dispuesta a seguirle si hacia falta. Al instante, el alce –con un elegante movimiento de su esplendida cornamenta- levanto la mochila que se hallaba tendida a sus pies y muy despacio… empezó a caminar. June le siguió sumisa y agradecida (sin darse tiempo a pensar en lo insólito del momento), emprendió el camino detrás de él. No recordaba cuanto tiempo estuvo caminando, ni cuantas veces el animal se había parado para esperarla -advirtiendo su cansancio-, su mente solo evocaba el momento que llegaron a la cabaña del guardabosques. Entre tinieblas veía el animal de lejos,- como despidiéndose de ella balanceando su cornamenta-y la voz humana que le hablaba, y que era incapaz de entender, después… solo recordaba el fuego de la chimenea. Mientras alguien intentaba con delicadeza que bebiera algo caliente, ella empezó a volver al presente.
Nadie había visto al alce –excepto ella-pero las huellas estaban grabadas en la nieve junto a las suyas…
Peter (el guardabosque) había escuchado unos fuertes golpes en la puerta, al abrirla se encontró a June agarrada a la barandilla con la mochila a sus pies, aterida de frió y extenuada. No pudo pronunciar palabra alguna…se desmayo.
Tiritando aun- ante la chimenea de la acogedora casita-, agradeciendo por enésima vez las atenciones de Peter, solo podía pensar en el majestuoso animal…
¿Era real? ¿Lo había imaginado? Las huellas en la nieve hablaban por si solas. La magia de la Navidad había tocado por un instante su alma, -animándola a seguir adelante-, a través del hechizo que emanaba unos serenos ojos que la llenaron en el último momento de aliento… para seguir viva.
Cuando empezó a encontrarse mejor, Peter la acompaño al encuentro de los pequeños y de la señora Bolton. Su alegría al verla llegar, conseguían hacerla olvidar de un plumazo su penosa odisea (decidida a omitir el terrible episodio vivido horas antes) los abrazó, y con una sonrisa de felicidad arqueando sus labios, hizo un pacto de silencio entre Peter y ella con la mirada.
Esa noche June disfruto, como no lo conseguía desde hacia tres años, -los niños acaparaban toda su atención- una sensación de quietud flotaba en el ambiente…y algo había comenzado a despertar en ella al mirar a Peter.
A su lado se sentía tan cómoda…
Eran tan calidos sus brazos…
De pronto -sin saber porque-su mirada se desvió hacia la ventana de la casita y allí…estaba el impresionante animal balanceando sus astas a modo de saludo-pensó June-, sintiendo una infinita ternura al devolverle la mirada con una sonrisa de gratitud.
Fuera seguía nevando…
El corazón de June, había comenzado... a cicatrizar.
La magia de la Navidad surge… cuando menos lo esperamos.
Verónica
- Autor: Veronica-air (Seudónimo) ( Offline)
- Publicado: 5 de enero de 2012 a las 13:00
- Categoría: Sin clasificar
- Lecturas: 75
- Usuarios favoritos de este poema: Escritor del viento
Comentarios1
Yo deseo que tu sonrisa no se apague nunca...seria el mejor regalo de Reyes Becquervive
con cariño mi abrazo para ti
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