Hombre Arquitecto

Eduardo Urueta

En Jalisco,
en la ciudad de Zapopan,
hay un hombre de nieve
ojos de bellota
y su boca de línea de sangre;
que pronuncia, como capital,
imagen de hombre mar.

Aquí hay un espejo que dice
El tiempo apetecible,
es una plata laminada
que llegó y que no llega
porque se fue por una espada
que besó y que no besa
sombra de baño
súplica terrible
que corrió y que no corre
porque tiene novio en la tierra del volcán despierto.

Habla el hombre con algodón:
mascara de cuerpo:

-Cuando tenga la vejez sentada conmigo,
o yo siente a la vejez en mi pecho,
besaré tu boca arrugada.
Tendré que prenderme fuego para estar caliente a lado tuyo.

Las veces que me amurallé,
esperándote,
con fantasma, que nunca fue residuo;
de tu nombre con la almohada
será una sola vez en mi vientre agónico
en que habitarás el óxido de mi ilusión, siempre blanca.

Cuando yo tenía dieciocho años te amé un suspiro
que nunca oli.
Cuando yo tenía diecinueve, quise que ocuparas las letras de tu tiempo,
distante al mío.
Pretendí que mis ojos se resignarían a no verte, en ese momento,
pero al llegar veinte años a mi globo de mármol,
la piel en que me destruí; te envié unas flores con raíz poblana y ligadas a Zapotlan

Y cuánto quise ser Eduardo en enero, y cuánto quise ser tu novio en diciembre, y cuánto me rompí todo ese ciclo, que se alargó hasta que adopté mi primer hijo, al que puse tu nombre.
Mi soltería es culpa de un techo, del territorio amplio mexicano, es culpa mía y de la arquitectura que consumió parte del siglo con mis manos...
Cuánto quiero ser hojarasca y expirar el polvo que a mí llegara, pero sigo siendo hombre auxiliado de mi hermano, de los dientes de un conejo guadalajarense y de la seguridad del autobús con simposio de nalgas y entre ellas las tuyas, en que quise ser luz de centro que hablara del amor frotado y en pausa, de mi amor único presumiéndose en la luna, fuera de ti, pero siempre presente en mi pensar de flaco en jaula.

Ahora que estás a punto de llegar
que desconozco el día en que estamos
no podré inculcarte el ánimo de amianto
ni decirte que construí una base ática con orden jónico
que representaba mi sexo convexo en espera, siempre en espera de formar con dos toros una columna. Sólo podré besarte, con mi modo anciano, las alas que arrastraste, que dispusiste a todos tus hombres.
Podré quitarlas para que detengas por fin, en esta casa, tu vuelo, y yo sobarlas, tomarlas, ponérmelas para iniciar el mío.

 

 


  • Autor: Eduardo Urueta (Seudónimo) (Offline Offline)
  • Publicado: 14 de enero de 2012 a las 00:06
  • Categoría: Amor
  • Lecturas: 55
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