El frío me obligaba a resguardar las manos en los bolsillos de la chaqueta.
Las articulaciones de mi mano derecha dejaban de funcionar cada vez que se dirigían a coger el cigarro que tenía en la boca para sacudirle la cabeza.
Ya habían pasado casi quince minutos, más o menos, y el maldito bus nocturno no llegaba. El ansia por llegar a casa y dejarme caer en mi cama me estaba volviendo loco.
Sentí unos pasos acercarse a mí. Me pareció extraño que alguien se dirigiera a una parada tan alejada de la limpieza de la ciudad.
Una chica envuelta en una manta tejida se puso a mi lado. Debajo de la manta la sostenían en el suelo unas piernas cubiertas con unas medias azules muy estridentes, y arriba de la manta, entre su pelo rubio habían algunas rastas. Parecía coronada por serpientes ciegas.
-¿Por aquí pasan los buses que van al Carmel?- la falsedad de la sonrisa con la que me lo preguntó fue delatada por la aflicción de sus cejas.
-No, esos no sé por donde pasan, lo más seguro es que cerca de aquí tampoco, estamos en medio de la nada- abrí los brazos como para justificar la soledad de la parada de autobús y sonreí forzosamente para intentar cambiar la expresión de la chica. No acogió mi gesto.
La aflicción de sus cejas contagió al resto de su cara.
-Bueno...- respondió y se sentó en el banco de la parada como asimilando que no se encontraba en ningún sitio.
Estuvimos en silencio.
A una velocidad insólita, tomando en cuenta el sueño y el cansancio que me contaminaban, intenté maquinar alguna forma de mantener una conversación con ella. No se me da bien la seducción, pero no tenía nada que perder:¡Estábamos los dos solos en medio de un mapa inexistente en el pliegue más profundo de la noche!.
Acerqué los ojos a la chica y abrí la boca preparado para preguntarle algo absurdo, pero el silencio fue roto como con una flecha. La chica ocultó su cara dentro de la manta y soltó un sollozo tan fino que sentí vibrar hasta los huesos.
Me senté a su lado, tímidamente, no me importó el frío del banco que había intentado evitar hasta ese momento.
Convertí, difícilmente, las ganas de abrazarla con fuerza en solo aparcar mi mano izquierda en su hombro.
-No sé si preguntarte por qué lloras, no sé si me lo dirás, pero por lo menos dime si puedo hacer algo para que dejes de llorar. No me gusta verte así-, dije sacando palabras no sé de donde.
Ella salió de su refugio de lana gris y me miró un instante. Sus lágrimas eran negras. El brillo de la única farola que nos acompañaba me impedía ver el color de sus ojos. Donde debían estar habían ríos color naranja y cristales rotos. Hasta ahora no sé de que color eran sus ojos, en fin.
Se quedó un momento (que me pareció enorme, llegó a incomodarme) mirándome, como buscando alguna sujeción que le sirviera o alguna herramienta o alguna droga, no sé...
Y me abrazó con fuerza, con tanta fuerza que por un momento tuve la sensación de que dejé de existir, que mi cuerpo era algo suyo, pero no como un juguete, sino como una parte de su cuerpo.
Se separó de mí e, inmóvil, intenté articular alguna respuesta respecto a lo sucedido. No encontré ninguna.
Con súbita determinación se puso de pie, limpió las lágrimas negras con su manta. Cogió la cajetilla que llevaba en el bolsillo del pecho de mi chaqueta, se metió un cigarro en la boca y lo encendió. Yo seguía quieto.
-Gracias – tiró la cajetilla sobre mi regazo y con seriedad expulsó el humo de la primera calada.
Sin hacer ningún gesto más, ni siquiera un ruido, como una brisa, se fue caminando tragada rápidamente por la obscuridad. De forma inútilmente tardía estiré el brazo como para detenerla. Creo que llegó a importarme de verdad.
Me costó salir de mi petrificación. La imagen del autobús acercándose me puso de pie. Me subí.
Al entrar, corrí hacia el final del autobús mirando por cada ventana, intentando verla, ¡queriendo verla!, pero no apareció. No volví a ver ni a las serpientes colgando ni a su armadura de lana. Resignado me senté en el último asiento y suspiré.
Al otro día, en el periódico del bar un titular llamó mi atención: “Hombre muere apuñalado en el municipio barcelonés de Torrebaró”, continué leyendo: “...los investigadores barajan la posibilidad de que haya sido asesinado por su pareja, ya que los vecinos aseguran que en el domicilio de la víctima eran constantes las discusiones.......” “.....se desconoce el paradero de la pareja de la víctima.......la policía continúa en su búsqueda.....”.
Es muy probable que este hecho no se relacione con esa chica, quizás pienso esto porque no sé de qué otra forma pensar en ella. ¿Dónde estará mi sospechosa fugitiva de las serpientes en la cabeza?.
- Autor: Patricio C.A. ( Offline)
- Publicado: 14 de febrero de 2012 a las 14:50
- Categoría: Amor
- Lecturas: 40
- Usuarios favoritos de este poema: jucovi, Principe en Tinieblas, zza
Comentarios4
Muy buen relato ya que no necesito ser muy extenso para poder narrar y culminar una historia como esta...felicitaciones!!
Besos !! ♥ ツ
ི♥ྀஐ♥Yesi♥ஐ ི♥ྀ
˜"˜"¯˜"*°•♥•°*"˜¯"˜
gracias por tu comentario, un abrazo
Muy bueno tu relato amigo, te atrapa, y entretiene perfecto en el trascurso de la lectura, muy bueno....
Un abrazo...
agradezco tus palabras, un abrazo, amiga
Pues déjame decirte que me encantó todo, casí sentí el frio congelante en toda la lectura!
Hay magia y naturalidad dos elementos primordiales que atrapan.
Un saludito desde Colombia con buen sol
ZZA
gracias por leerme y por enviarme ese saludo con buen sol, que falta me hace .........un abrazo
Grato leerte. Salpicas con ingenio poético todo el relato. Encuentro que aciertas al escoger la gracia de tus prosaicos versos.
un abrazo compañero.
gracias por pasarte por mi rincón , un abrazo
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