No me toques que me duele
Conocí a Ginés al sacar a pasear a mi perro por el campo de los alrededores de la casa, un hombre realmente gordo, que a paso lento y cojo iba poco a poco avanzando por la lejanía hacia la que me acercaba y que de cuando en cuando se agachaba con un esfuerzo tremendo a recoger algún caracol que luego criaba con harina por diez días antes de comerlos en un sabroso arroz valenciano.
Me acerqué a él para revisar si no paseaba a algún perro y si así fuera, controlar al mío que es bastante retador con sus semejantes caninos, y así se inició la plática, me contó que salía a pasear por insistencia de su mujer que lo veía todo el tiempo sentado, comiendo y fumando sin parar y esas salidas lo relajaban un poco pero con sus problemas crónicos de espalda por unas hernias discales, ya lo habían pensionado.
Mal está que yo, un hombre de 62 años diga que me pereció mucho más grande que yo pero me asombré al saber que sólo tenía cincuenta y cinco, al avanzar la plática me dejó ver que tenía problemas con su manera de beber pues un hijo suyo le insistía en que asistiera a un grupo de ayuda mutua del estilo de AA, pero su hija contradecía esa recomendación diciendo que lo que necesitaba era ver a un psiquiatra que le levantara el ánimo.
Noté que traía una media bota rígida que dejaba descubierta la parte de los dedos del pie y me dijo que eso era una lesión muy vieja por una astilla que se le enterró en un dedo justo en donde se inicia la uña y no soportaba que lo tocaran así que sólo se la cubría con unas gasas y de vez en cuando se aplicaba una crema desinfectante pues con regularidad se le infectaba.
Así que de esa enorme molestia en el dedo del pie se concretó a inmovilizarlo y luego resultó que al caminar con esa férula improvisada de la media bota cortada, tenía que cojear y se le fueron inflamando las rodillas, una por anquilosarse ante la inmovilidad y la otra por recargar el peso de todo su lento andar en ella, y ese cojeo de “punto y ralla” al que se había acostumbrado desbalanceó su cadera y ella los discos de la columna que poco a poco fue cobrando su factura al cargar el voluminoso sobrepeso que sin parar iba adquiriendo.
La astilla seguía ahí, ya desde más de diez años que ahora parecían tan lejano que ni lo hubiera recordado si no fuera por la charla en que lo llevó nuestro encuentro. Para él, mi nuevo amigo Ginés, sus problemas eran la molesta incomprensión de su familia, esposa e hijos que lo tachaban de alcohólico o depresivo pero que no entendían que ya jubilado a los cincuenta y cinco años, sólo pretendía sobrellevar su vida con paz, un acopa de vino y algo que picar durante el día.
Y yo me pregunto si no hubiera valido la pena sufrir el corto dolor de extraer esa astilla cuando se acababa de insertar en su dedo…
- Autor: Lalobigfish (Seudónimo) ( Offline)
- Publicado: 24 de marzo de 2012 a las 10:47
- Categoría: Cuento
- Lecturas: 123
Comentarios1
bello tu cuento amigo poeta
Y yo me pregunto si no hubiera valido la pena sufrir el corto dolor de extraer esa astilla cuando se acababa de insertar en su dedo.
saludos
Exacto José Miguel, eso es lo que quise dejar de mensaje y ¿sabes? me dedico a asesorar empresas y el caso en sistemas de producción es similar, para tapar un defecto se elaboran sistemas de reproceso que se van complicando en lugar de resolver la causa inicial que la mayoría de las veces es más sencilla que las "Soluciones" incorporadas.
Gracias por tu comentario, si me das un correo te mando algo de lo que he escrito, el mío es [email protected]
un abrazo Lalo
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