La mañana era brumosa y en la lejanía
débilmente, se avistaba un buque mercante.
Desde la orilla su insistente bocina se oía
directo, a la bahía del puerto de Alicante.
Las olas y el viento aún dormían en la ensenada
y el sol rutilante, como láminas de hojalata plateaba
la mar callada. Horas llevaba Tabarca iluminada,
y las pisadas, nuestra presencia delataba.
Paseábamos por las claras y finas arenas
de esta playa ilicitana, de Arenales del Sol.
Deleites de amor, iban buscando esbeltas sirenas
bronceadas de moreno ardor y de intenso arrebol.
Nos acomodamos en las dunas más cercanas
con el ligero céfiro de la mañana, aún sin calor,
ella y yo, buscando la paz de estas horas tempranas
disfrutando de la soledad y relegando del dolor.
Un par de veleros surcaban las tranquilas aguas
y unos buzos, de espaldas en la mar se adentraban,
acompasadas se deslizaban unas piraguas
y la umbría de las algas, desde nuestro rincón se divisaban.
Avanzaba la mañana, iba despertando el levante
las olas se iban rizando y llegan despacio, casi a tientas,
la blanca espuma rozaba tímidamente los pies del caminante
y como algodones, del cielo se apropiaban cuatro nubes cenicientas.
Absorbidos por el trasiego de las olas
por el vuelo estático de una gaviota,
por el olor marino, tan grato como un prado de amapolas
o como, la tabarquera navega y a las aguas derrota.
Allí solos, olvidamos la pena
la inquietud de este futuro en quiebra,
como la de tantos otros que sin culpa se condena
a este placentero infierno, que sin fin tiene la hebra.
Si el destino me ha dado la desdicha
de arrebatarme de un zarpazo, donde realizar mi labor,
para apaciguar mi dolor, me ha compensado con la dicha
de tener muchas horas a mi lado, a mi amor.
Ella, mi solitaria amapola, mi afligida amiga
mi fiel esclava, mi compañera erguida,
la entereza de la privación y la fatiga
la razón, la sensatez ante esta vida prostituida.
La que me arranca el escozor
la que me llena el pulmón y me cubre como un pronombre,
la que me aparta del trayecto del arco flechador
ella, que me da su corazón y llena su boca de mi nombre.
Sí es aquí, donde olvidamos todo
en esta radiante playa, que nada tiene que ver con la desolación
que nos infringe la poca razón, y nos hunde en el lodo.
Sí aquí, es la natura, la que nos libera de la humillación.
Ya es medio día, cuando el sol roza su máximo esplendor
rebosante la retina, y la mente de existencia repleta,
recogemos y nos retiramos del calor
al hogar, donde la vivencia es verso para este que soy yo, el poeta.
J.Marc. Sancho
José Sancho Javaloyes
- Autor: J.Marc.Sancho ( Offline)
- Publicado: 10 de agosto de 2012 a las 05:11
- Categoría: Amistad
- Lecturas: 79
- Usuarios favoritos de este poema: El Hombre de la Rosa
Comentarios1
Un bello relato en prosa y verso para el deleite de los buenos poetas que lo sepan apreciar amigo J. Marc. Sancho
Saludos de amistad y de afecto.
Para poder comentar y calificar este poema, debes estar registrad@. Regístrate aquí o si ya estás registrad@, logueate aquí.