Ciertamente tengo que confesarlo, sentí un poco de envidia de aquel
quien vivo mis imposibles.
Pero Aquello no era una envidia que mataba y tampoco corrompía. Era una
envidia diminuta, pequeña, y se hacía casi sana... cuando entre las
gráficas de la súper nube veía su corazón casi cantando y un pronunciado
jubilo en su rostro. Y ello era suficiente para sentir un poco de dicha,
porque mi alma se regocijaba en su alegría, y parte de su alegría
también se hacía mía.
- Autor: Junior Rafael Velazquez Leon (Seudónimo) ( Offline)
- Publicado: 19 de septiembre de 2012 a las 21:11
- Categoría: Carta
- Lecturas: 142
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