:::::Melancolía dominical:::::

El cielo ya está vestido para la ocasión
con esa capa color melancolía
que sólo usa los domingos
durante la puesta de sol
como parte del rito semanal
de dejar morir el último día.

El viento sopla apenas
con las fuerzas que le quedan
después de mantener frescos
los pasados seis días,
pero aún alcanza para ayudar
a los árboles a decirle adios
a la luz final
de la semana que termina.

En mi interior también
se apaga una luz
y se me vuelve necesario
encender una vela
con la que no alcanzo a ver tan claro
y además gotea cera caliente
que hace úlseras mis nostalgias.

Es entonces cuando noto claro
todo eso que en cualquier otro
momento de la semana
no le es tan visible a mis entrañas.

Por ejemplo,
esa chaqueta que dejaste colgada
en el closeth de mi habitación
y que me hace recordar ese torso tuyo
que me dió más calor en invierno
que cualquier sol en primavera.

O esos guantes de latex
sobre el fregadero,
que protegían tus manos
del maldito detergente
que las ponía rasposas
pero que nunca pudo quitarle
suavidad a tus tiernas caricias.

O incluso la mirada
que guardaste, sin permiso de nadie,
en los ojos de esa perrita
que te debe la vida
y de la que yo te debo su compañía.

Pero, sin lugar a dudas,
fue en mi interior
en donde más dejaste rastros
de tu existencia,
pero aún no decido si hacer
una venta de garage
o un museo para recordar por siempre
los días en que a los domingos
no los inundaba la melancolía.


                              JCEM