Topaba su comida por demás salada, no fue culpa de su mamá, ella medía muy bien la porción de la sal. Aún así, Lucía intentaba pasar cada bocado notandosele un esfuerzo agotador en cada trago. Su rostro similar al de una flor marchita, y su cuello no podía sostener tal semblante. Lloraba. Respiraba. Volvía a llorar. Era el llanto doliente de un recién nacido, o peor, el dolor de una parturienta. De repente, Lucía entendió que eran sus lagrimas las que proporcionaban la sal a su comida, las que la acompañaban en la cena más incomoda de su vida.
Wendy Márquez
- Autor: Wendy Marquez ( Offline)
- Publicado: 8 de octubre de 2012 a las 14:27
- Categoría: Sin clasificar
- Lecturas: 79
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