Lo que esconde una palabra

Quisiera descender líquido y fresco
por las piedras de tus labios,
recorrer tus pliegues lisonjeando tu boca,
vaciarme en cascada sobre el caudal
de tus besos.
Quisiera ser la burbuja de aire desprendida
desde la profundidad de tu pecho,
ascender tañendo las cuerdas de tu piel
provocar la resonancia del amor,
al rozar la superficie de tus ojos
que me abrazan iridiscentes y deseosos.
Quisiera ser la esponja de tus latidos
embeberme del seísmo de dulzura,
colmarme como un domeñado cántaro
hecho en las hormas de tus encantos.
Te traje hoy…
un collar con las perlas
hechas de reflejos tallados
en un marino atardecer,
atados con las bridas de olas
al hacer espuma sobre la costa arenada.
El silencio esculpido con la briza
al besar las hojas;
la balada de un ave enamorado acompañando
las partituras de un árbol cantante, a lo lejos.
Olvidé el sentido de la distancia,
te dibujé con mis dedos en el aire,
Y bailamos con los corazones tremolando en el viento,
las estrellas montadas a diurnas luciérnagas,
hacían rondas con las alas de mariposas,
y mi espalda era un jardín de fresnos
donde tus manos deshojaban esporas,
mientras tus tímpanos se hacían fértiles
para las semillas de mis “te quiero” despeñados.
Cuál es la deidad del amor… yo no lo sé,
pero quisiera atrapar el tiempo en una caja musical,
que su música corra solo al darle cuerda,
hacer eternos los momentos y que empiecen,
justo en el momento del fin y vuelvan a renacer.
Que no se escurran entre los dedos de mañana
que sean esculturas repetibles e incansables
que el estar a tu lado no termine jamás.