EN UN INSTANTE CAMBIA TODO

Es hora de recoger y reciclar toda la basura que se esconde por los rincones de la ciudad. Esa ciudad que aprovecha cada instante para alejarse de mí y recordarme que yo no puedo habitar en ella sino es recubierto de hollín porque las farolas hechas con los ahorcados que murieron por sus sueños incluso todavía huelen a ti. Y yo que aún hoy sigo sin saber cual es el camino de mi casa, porque mi casa cambia tanto de lugar como la propia ciudad, aún no he olvidado cómo llegar hasta la tuya a pesar de que cada día amanece rodeado de lunas. Y mientras paso las horas entre las ruinas de Troya puedo ver como los héroes se enfrentan y comienzan a tomar posiciones los dioses atravesados por flechas. Y gracias a que pude vivir un rato, de tus recuerdos, de la distancia que nos separa cada vez que aúlla el gato, he aprendido a volar despierto sobre kilómetros y kilómetros de ideas, clavadas en cruces y que alzan sus brazos para clavarme en ellas si vuelo muy bajo. Las ideas mueren en la ciudad del olvido, sin más alimento que el tiempo que de vez en cuando escupe sobre ellas su falta de compromiso. Es tarde, siempre lo es y yo camino de noche por las calles arrastrando los pies, por las esquinas, como una prostituta que espera que alguien la acompañe y se caliente en el miedo que siente por vivir justo después. La locura disfrazada ha dado su golpe de estado, imprime sus leyes y deja que el caos se adueñe de los artistas que reciclan estuches de años, ahora se refugian entre los soldados y pertenecen al partido de la mayoría que aceptan que Marco Antonio esperó su muerte sentado. La canción lo repite: Muchos se queman mientras se alimentan de caos.

Las calles están desiertas y los cadáveres sin perdón se pudren entre las sombras porque ya ni si siquiera les interesan. Entonces apareció un mártir, de los que no puede encontrar su causa, para sembrar mi simiente entre los dientes de los lobos que ya ni siquiera se escapan, para aprender que no hay respuestas porque ya no hay preguntas y reconocer el castigo que me persigue por haber amado aún rodeado de soles envueltos en brumas. Y todavía sin cura, sólo puedo ver a la soledad entre los demás, siguiendo el sonido cuando late mi corazón mientras trato de darle la bienvenida al autómata de nieve para convertirlo en el primero de mis yo. Sí, un accidente lo había transportado hacia el primer puesto del ránking de los mártires de cobran menos de lo que ganan, repleto de tasas y que ahora insistía en que por fin había encontrado una causa.

Casandra lo predijo, todo tenía que suceder así, Y entonces mi yo y yo supimos que estábamos condenados a comernos nuestro propio vómito mientras fingíamos que no nos importaba y nos mentíamos al salpicarnos con cada meada. Y entre mis labios yo podía saborear los tuyos. El cirujano ciego amputaba el último quiste de ti y las dos mitades de cada yo sonreían por librarse de la piel que se alimentaba de mí. Pero quedó el vacío, la ciudad se sentía transparente y yo también iba perdiendo mi forma arrastrado por ella, apenas veía su reflejo junto a una trampa rodeada de faros perdidos en la niebla. Eso mi yo lo sentía y por eso avisaba mi vientre, cada vez que un nuevo clavo se clavaba de nuevo en él porque yo me lo quitaba de la frente. La soledad justo en medio de la delgada silueta del horizonte iba acercándose hacia el último pistolero que consiguió vencer al espejo y que había quedado entero. Y entonces las cadenas que sujetaban los clavos oxidados se empezaron a tensar en ambas direcciones buscando una mano. La decisión de sumergir la estupidez en aceite que cura se llevó consigo el rastro de tu voz y ahora ni siquiera me apura.

Te reto a repetirlo. Y sin postre se levantó de su sitio. Tanto empujó el recuerdo de comer con una vajilla de hilo que las sombras se quedaron con el resto del guiso. El tenedor se peleó con el cuchillo. Y yo juré que jamás volvería a repetirlo.