Por: Omar Ardila Murcia
“No hay un dolor que no llame”
Antonio Porchia
“¿En qué momento un brazo toma la forma de una hoja que cae” y se abalanza presuroso contra su propio hermano? ¿En qué momento cerramos los ojos ante la vida que juguetea con brío y sin afán? Sólo alcanzamos a constatar que el dolor nos envuelve, que todo se ha vuelto contra sí mismo, que la herida se ha hecho más profunda y que nos aproximamos al “colapso de agonías”. Dolorosos anuncios: los “ríos en duelo”, las “lágrimas con olor a ceniza”, la “guerra convertida en un hijo muerto”; en fin, la muerte como la más próxima realidad que nos circunda. Pero la poesía, como la misma muerte, nunca conoce los finales, y entonces, aferrado a esa certeza, el poeta emprende su camino.
Omar Iván Garzón ha presenciado el horror de un fuego que arrasa, que quema más allá de lo físico: las conciencias, que se precipita voraz sobre nuestros mejores días, que ha hecho de las pieles fronteras inamovibles, altares de la vanidad, celebraciones de lo falso. Quizás, por eso ha querido explorar las orillas del nihilismo: ante la antigua pregunta por la vida, se consuela sabiendo que lo único que no desea es repetirla.
Por fortuna, el poeta sabe conducir los atisbos de luz que aún quedan, y aferrarse a los instantes en que pudo hallar un buen puerto. Allí donde los encuentros embriagaban y saciaban, donde la pasión hacía su fiesta y los sabores recordaban lo inagotable. Fueron momentos llenos de plenitud en los que, desde su refugio ilimitado, Omar Iván Garzón vio poblarse el horizonte de ensueños infantiles, cuando las “flores abiertas” fungían como cómplices de las “voces prohibidas”.
Pero no siempre una hoja que cae es anuncio de la sombra en los días estivales. Una hoja liberada del tronco que por años la había sujetado, puede reivindicar su dinámica aérea e iniciar un vuelo indetenible. Eso lo ha sabido reconocer el poeta al esculpir la palabra para que viaje en voz baja – pero con toda la potencia de un susurro – y busque las respuestas en las “nubes y los pétalos y los canarios cantando”.
Una hoja que cae no olvida las profundidades que conoció cuando era árbol, sin embargo ha sabido pulir sus armaduras para luchar por la libertad, esa “prisión con las puertas abiertas”, pues el poeta sabe que para alcanzarla no basta con nombrar la independencia; el abismo está afuera llamando, y es ahí donde comienza la verdadera lucha. No son suficientes las vías expeditas, el caminante sigue yendo desnudo hacia su faro.
Tres poemas del libro Faro desnudo:
Cosas de niños
Estuve en Alejandría.
Aprendí que el fuego quema conciencias
y no papeles.
Que el viento pasea cenizas de letras y voces.
Que el mar es testigo de lo que no sabemos
y una lanza nos mata todos los días.
Nos hacemos mas fuego y menos gente.
Venas abiertas
Hoy espero bajo la lluvia.
No soy un árbol,
nunca lo quise ser.
Ahora mojado
entre las sombras
que me señalan,
pero tampoco luz.
Un trueno dos, tres, cuatro,
¡Doce!
Y ninguno me cae encima.
Tan sencillo llorar
cuando eres fiel
a una existencia que no es un árbol.
Caso de bardolatría
Dije que este sería mi último verso leído
pero otra vez mentí;
Lo mismo dice la muerte de mis noches,
ese viento no se de dónde
no se de cuándo.
La muerte, como la poesía,
es un vicio que nunca llega,
que nunca termina.
http://farodesnudo.blogspot.com
- Autor: Omar Garzón Pinto (Seudónimo) ( Offline)
- Publicado: 7 de enero de 2013 a las 02:25
- Comentario del autor sobre el poema: Este texto fue escrito por el poeta, ensayista y crítico de cine Omar Ardila Murcia, a manera de prólogo del libro "Faro desnudo". http://farodesnudo.blogspot.com
- Categoría: Sin clasificar
- Lecturas: 35
- Usuarios favoritos de este poema: Sara (Bar literario)
Comentarios1
haces una autobiografía??
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