Era una noble alma,
no tenía un doctorado,
ni un graduado, ni un diploma,
ni era escritor.
Solo era un triste
sin salir al exterior,
un honrado trabajador.
Cuando me abrí al mundo
llegó a mí, el sonido de los gavilanes,
de las acicaladas aves,
de las rapaces que otean el extenso cielo.
Llegó hasta mí
el zumbido de las golosas abejas,
el gruñido de los plantígrados ávidos de miel;
la voz de los sabios,
de los corazones vanos,
hirientes y sedientos de ambición
de anhelar distancias entre humanos.
Barrunté los visajes
de los zorros que me hicieron lego;
y la tristeza ensombreció mi vida,
y busqué el ocaso de la tarde
y me cubrió la noche con su negro manto.
Anduve por la más sombría espera
escuchando, callado,
y sintiendo mis temblores,
soportando mi fatiga,
mis sudores,
sabiendo que el tiempo abrazaba mis razones.
Me hice viejo y se igualó
la cultura, el saber, el nivel,
ya no hay excusas que atender.
Surgió el juez del destino
el mal del hombre cruel,
el castigo del egoísmo.
Y se vieron las notorias diferencias
de una era,
entre individuos con la misma ciencia.
Y se oyeron voces de protesta
y salieron pidiendo razones,
y se apagaron,
y siguieron las malvadas diferencias.
Y mi alma se adentró en la sima más profunda,
se forjó entre inmensas lenguas de lava
y se templó con el frío de las abisales aguas.
Tengo un alma de acero
en el fondo de mis entrañas,
mis costillas llenas de mortíferas arañas,
en mis manos dos temibles garras
y mis caninos son, feroces dagas.
Mi cuerpo se transformó
en una temible espada navegante
por un huracanado océano.
¿Quién, quién quiere abrazarla?
La vida se apaga,
no es posible escapar
del ansia humana.
¡Oh, Perros de caza!
J. Marc. Sancho 17/01/2013
- Autor: J.Marc.Sancho ( Offline)
- Publicado: 17 de enero de 2013 a las 17:54
- Categoría: Amistad
- Lecturas: 347
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