La rosa marchita descansa en la tierra,
en la tierra negra, perpetua,
los días que partieron cuando ella y sus miles de pasos partieron,
salir con mis ansias de encontrar cierta belleza de niña triste,
encontrar sólo la rosa que pereció, que no fue,
y ella, y sus pasos que no encuentro,
y saber, y saber que las rosas ya no besaran sus manos,
que la tierra negra y los pies descalzos en el verano;
no hay memorias allí,
no se apiadan de mí y me conceden que ella vuelva,
que tiente nuevos pasos; salgo por las puertas y la noche,
mi ser desnudo siente la madrugada gélida,
pero igual camino, siento la tierra que refugió esos suaves pies,
mis pasos son torpes reflejos buscando a la niña triste,
que encantó a las rosas y selló cierto pacto con la noche;
busco el día, trató de buscar a la niña triste en los mares y la arena,
una silueta de cuerpos felices, jadeantes, simétricos,
mientras el sol muere una de sus tantas muertes,
mientras reposa su día acabado en el horizonte,
pero la niña triste no aparece, ni sus pasos, ni sus rosas,
exijo a la noche y al día, a sus muertes diarias y a sus cómplices;
pero nadie devuelve la piel, el café humeando, los cajones y las cartas,
el silencio junto a ella, los lentes;
futuros días y noches que ya la niña triste no habitará,
y a mí que las rosas no me perdonan.
- Autor: Cardenio ( Offline)
- Publicado: 24 de enero de 2013 a las 03:13
- Categoría: Amor
- Lecturas: 136
Para poder comentar y calificar este poema, debes estar registrad@. Regístrate aquí o si ya estás registrad@, logueate aquí.