¿Dónde?

¿Dónde?

Solía guardarlo en el bolsillo izquierdo
de mi camisa azul a cuadros;
compartíamos silencios matizados
por cuatro grillos que hacían la orquesta
en las tertulias de mi templo.

En las noches de tormenta
lo tomaba con mi mano y,
cuando la gota resbalaba
por el cristal de mi ventana,
su aliento me daba el arrullo
que desvanecía el agua.

Nunca me exigió muros de lámina de oro,
ni torres vigilantes de cúpulas toscanas;
tampoco hubo necesidad de intermediarios
hechos de barro,
o de tiaras bordadas con la fé.

Yo en cambio, nunca le pedí que se mostrara:
me era suficiente con sentirlo en el costado,
palpitando en frenesí.

De todos sus ángeles,
fui el último que cayó;
pero aún en medio de los otros,
siempre supe que seguía conmigo...
hasta el día en que ya no.

De las cosas que me pidas, todas te daré
-me dijo.
Menos una -deduje yo.
El suplicio de Tántalo fue mi castigo,
al desear tres veces
los pétalos de una flor.

Y así,
un día no quise más buscar
en el bolsillo izquierdo
y lo vacié de las plegarias taciturnas.
Fue un suicidio espiritual de los de a poco;
y a poco, terminé con mi existir.

Hoy es tarde.
No lo encuentro ya.

He viajado constelaciones de hielo
y océanos de arena;
he gritado su nombre entre rocas de montaña
que sólo pronuncian mi voz envuelta
de lamentos contestados por el aire.
Y he sentido las brasas debajo de mis pies,
anuncio inequívoco de la entrada
al reino de la soledad.

A lo lejos oigo ya el crujir de dientes...
y no me queda más que aceptar.

Y es que yo...
yo tenía un dios.
¿Dónde está mi dios?
¿Has visto tú a mi dios?

Z. Gómez

(Imágen: Pazzia. Folie. Madness. Locura. Supuesta obra de Maurice Utrillo, como vista en "Modigliani, Il Colore dell'anima")