ME DICE EL EDITOR Y AMIGO Enio Silveira que a este libro de mi poesía, traducido generosamente por tres poetas hermano del Brasil, debo agregar unas palabras antecedentes.
En este caso, como cuando se levanta uno por obligación a brindar entre los comensales de una larga mesa, no sé qué decir ni por dónde comenzar. Tengo ya 53 años y nunca he sabido qué es la poesía, ni cómo definir lo que no conozco. No he podido tampoco aconsejar a nadie sobre esta substancia oscura y a la vez deslumbrante.
De niño y de grande anduve mucho más entre ríos y pájaros que entre bibliotecas y escritores.
También asumí el deber antiguo de los poetas: la defensa del pueblo, de la pobre gente explotada.
¿Esto tiene importancia? Yo creo que son fascinaciones comunes a todos los que han escrito, escriben y escribirán poesía. El amor, es claro, tiene que ver con todo esto y debe poner sobre la mesa sus cartas de fuego.
A menudo comienzo a leer disquisiciones sobre la poesía, las que nunca alcanzo a terminar. Una cantidad de personas excesivamente ilustradas se han dispuesto a oscurecer la luz, a convertir el pan en carbón, la palabra en tornillo. Para separar al pobre poeta de sus parientes pobres, de sus compañeros de planeta, le dicen toda clase de encantadoras mentiras. «Tú eres mago», le repiten, «eres un dios oscurísimo.» A veces, los poetas creemos tales cosas y las repetimos como si nos hubieran regalado un reino. En verdad, estos aduladores nos quieren robar un reino peligroso para ellos: el de la comunicación cantante entre los seres humanos.
Este mixtificar y mitificar la poesía produce abundancia de tratados que no leo y que detesto. Me recuerdan los alimentos de ciertas tribus polares, que unos mastican largamente para que otros los devoren. Yo me niego a masticar teorías y convido a cualquiera a entrar conmigo a un bosque de robles rojos en el Sur de Chile, donde comencé a amar la tierra, a una fábrica de medias, a una mina de manganeso (allí me conocen los obreros) o a cualquiera parte donde se puede comer pescado frito.
No sé si los hombres deben dividirse entre naturales y artificiales, entre realistas e ilusionistas: creo que basta con poner a un lado a los que son hombres y a los que no lo son. Estos últimos no tienen nada que ver con la poesía o, por lo menos, con mis cantos.
Veo que he hablado demasiado y demasiado poco, de pie, en la punta de esta mesa brasilera, en que me pidieron brindar con unas cuantas palabras. No las negué –rompiendo mi desgano hacia prólogos y dedicatorias– porque se trata del Brasil, país poético, terrestre y profundo, que amo y que me atrae.
Yo me crié en el Sur de América, bajo la lluvia fría que durante 13 meses del año (dicen los chilenos del Sur) cae sobre pueblos, montañas y caminos, hasta mojar los archipiélagos derramados en el Pacífico, transir las soledades de Patagonia y congelarse en la Antártica pura.
Por eso, el radiante Brasil, que como una infinita mariposa verde cierra y abre sus alas en el mapa de América, me electrizó y me dejó soñando, buscando las señales de su magnetismo misterioso. Pero cuando descubrí su gente dulce, su pueblo fraternal y poderoso, se completó mi corazón con una tierra indeleble.
A esta tierra y a este pueblo dedico con amor mi poesía.
- Autor: RuB (Seudónimo) ( Offline)
- Publicado: 16 de noviembre de 2009 a las 22:25
- Comentario del autor sobre el poema: Diria yo que este es uno de los mas grandes poemas de Pablo Neruda. Algo que dedico a muchos
- Categoría: Sin clasificar
- Lecturas: 56
Comentarios2
gracias por compartir el poema de Neruda, cuidate mucho, Dios te bendiga.
Gracias por compartir la poesía
entrañable de Pablo.
Un beso
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