Un barrio surgía junto a las vías del ferrocarril, extendiéndose hacia el lado Este de la ciudad. El diagramado de las calles quedaba casi imperceptible, ante tanto terreno sin ocupar. En cada manzana dos o tres casas, delimitadas por alambrados o hilos de púa, para evitar que animales invadieran la quinta familiar, en el caso de que se la realizara. Calles intransitables en días de lluvia y polvorientas el resto del tiempo. Así estarían durante varias décadas.
Para los niños, los terrenos baldíos circundantes a las casas, significaban el principal lugar para los juegos: a las escondidas detrás de las chircas, matreros y policías, cazar con la honda, remontar cometas, perseguir y cazar mariposas y en tardes templadas, buscar el jugoso fruto de los macachines.
Según la estación del año, la hora del día, y cuántos estábamos disponibles, era el juego. Marcábamos con algunas piedras un arco y surgía tanto un partido de fútbol como uno de vóleibol, para lo que teníamos la misma pelota; generalmente una de cuero que nos resultaba muy pesada. Los más grandes debíamos vigilar a los más pequeños, que en ocasiones eran integrados a los juegos, produciéndose algunos inconvenientes. Tardes de fin de semana; de vacaciones, de domingos en los que no había dinero para ir a la MATINEE, en alguno de los cines de la ciudad.
Tardes en las que la amistad se fortalecía, porque después del juego, se hacía obligado el sentarse a descansar, y ahí el diálogo, el intercambio de revistas que después del baño, unos u otros íbamos a intercambiar.
Frente a nuestra casa, la calle era más ancha, estaba destinada para ser un boulevard, sólo que debieron transcurrir muchos años, para que adquiriera esa categoría. El pasto cubría la parte menos transitada y allí se desarrollaban juegos hasta más tarde, por contar con algún foco de iluminación. Competíamos en quien atrapara más bichitos de luz, que encerrábamos en frascos o botellas, y luego colgábamos del cerco, hasta que considerábamos que debíamos darles libertad.
Las noches luminosas eran ideales para los juegos de acción, en los que era fundamental la velocidad al correr. De tanto en tanto la circulación de alguna bicicleta, anunciada por el timbre, algún ojo de gato o el grito de alerta de alguno de los integrantes ¡Cuidado! ¡La bici!, detenía el juego. ¡Qué irrisorios e ingenuos me parecen hoy estos hechos! Pero cuánta alegría compartíamos niños y adolescentes.
Alguna caída y rotura de rodillas, hacía que él o la protagonista se retirara del juego, pidiendo tregua, a la vez que el rostro se mojaba con las lágrimas, más que de dolor, del susto que en algunos casos producía. Cuando esto ocurría a alguno de mis hermanos menores, ya sabíamos que venía el lavado de la herida bajo la canilla, para quitar la tierra y las piedritas, acompañado de llanto y rezongos, por lo que el juego se suspendía automáticamente para todos, y se ponía en práctica la frase: “cada chancho a su estaca”. Seguramente el accidentado iba a estar fuera de “circulación”, por uno o varios días y eso requería de la solidaridad de los demás. Los entretenimientos cambiaban, algún juego de cartas, damas chinas, adivinanzas, la búsqueda de satélites en el cielo, el “veo veo”.
Días especiales eran aquéllos en los que los jóvenes de otro barrio, familiares o amigos, llegaban con la guitarra y armábamos una rueda de canto folklórico, recopilando para ello, letras de cancioneros que intercambiábamos y copiábamos. Muchas noches alrededor de la hora de llegada del tren de pasajeros, nos dirigíamos hacia la estación de ferrocarril. La llegada era anunciada por el silbato inconfundible y el trajín del personal, que se disponía para recibirlo, cada uno en su puesto. En ocasiones el telegrafista daba la noticia: Viene retrasado, “Rompió en Mal abrigo” o “Salió tarde de Montevideo”. Exclamaciones de descontento a la vez que de resignación, se oían de parte de quienes realmente esperaban algún pasajero o encomienda y, en nosotros estaba la libertad, de quedarnos a esperar o regresar a nuestra casa. Llegaba desde Montevideo luego de pasar por estaciones y paradas de muy diversas características, por el número de habitantes, por lo tanto de eventuales pasajeros, que mostraban en su indumentaria la condición social y ocupación.
Constituía la Estación un centro de reunión social. Los jóvenes que no éramos sólo nosotros, reían, caminaban por el andén, jugaban por la vía. Muchas parejas se formaron allí. Luego de que se producía el arribo, en minutos se disipaban pasajeros y acompañantes, caminando, en algún auto particular o taxímetro. Nuestra curiosidad saciada. Saludábamos a algún conocido y regresábamos a través de las vías, observando las maniobras que hacían las máquinas, para dejarlas prontas para el viaje hacia la capital, que se producía alrededor de la hora seis. Mientras caminábamos, comentábamos sobre lo que nos había impactado, los peinados, las vestimenta, etc.
Una vez llegó una murga pronta para actuar, y mientras esperaban frente a la Estación que llegara el camión para llevarlos, los rodeamos observándolos, y para nuestro asombro, nos dedicaron parte de una canción. Esto nos dejó sumamente interesados, mas debimos conformarnos con esa muestra, porque no supimos, hacia dónde se dirigían, ni cuánto tiempo iban a estar.
Así de simples eran nuestros días de niños y adolescentes, allá por la década de los 60.
Nuestra calle se continuaba con otra paralela a la Estación, donde estaban las mangas y embarcaderos para el ganado, por lo que cada pocos días, oíamos avanzar una manada guiada por los gritos de los troperos “¡opa, opa!”, que las llevaban hasta los embarcaderos, y las encerraban en jaulas que luego se enganchaban a la locomotora. Todo esto producía una terrible polvareda que impedía el tránsito, y para los peatones significaba el peligro de morir pisoteado por los animales. CONTINÚA..
- Autor: macridi (Seudónimo) ( Offline)
- Publicado: 7 de marzo de 2013 a las 23:40
- Categoría: Familia
- Lecturas: 55
- Usuarios favoritos de este poema: DELICADA ABRIL, El Hombre de la Rosa
Comentarios3
Ojos tristes es un relato sobre una vivencia de mi niñez, que impactó mi sensibilidad, de tal manera que me inspiró este relato, después de casi medio siglo, cuando mi vida ha entrado, en el tiempo de la retrospectiva.
Increíblemente parecido a mis tiempos infantiles en mis barrios donde vivía... Parece ser que ser niño se acopla en la vida a la misma manera de ser te todos los niños del mundo... Porque todos los niños somos muy felices... Y debe de ser la etapa de la vida, sin duda alguna...
Un abrazo amiga
La pluma en tus manos ilumina sus letras cuando escribe amiga Macridi
Saludos de afecto y amistad
Críspulo tu fiel amigo
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