Un día mi soledad fue tan grande que tomó forma.
Me desperté temprano como cada mañana y con pavor descubrí junto a mí, una criatura que dormitaba apaciblemente. Parecía una persona, pero no lo era. Y en medio del estupor de contemplar a ese extraño ser a mi lado en mi cama, la criatura abrió su par de ojos gigantes, negros y vacíos, como dos abismos que me miraron, sin decir palabra. No tenía boca. Tampoco rasgos humanos, aunque sí un cuerpo, piernas y brazos sin extremidades… Lo único que atiné a hacer fue levantarme e ir al baño, mirarme en el espejo. Me miraba como si hubiera visto a un fantasma, pero no, era yo. Luego sí, apareció reflejada la criatura, de pie junto a mí, inmutable, con su cabezota enorme y ojos de noche cerrada.
Nos miramos sin mirar. A continuación me lavé la cara y cuando volví a alzar la vista, ella seguía allí. Me alcanzó la toalla.
El resto del día fue similar, a donde fuera que yo iba, allí también iba la soledad, como un muñeco vivo, con su figura desmesurada, con esos ojos de precipicio y la mudez de las tumbas. Yo parecía un robot, iba como un ente sin alma, con los latidos suspendidos en el aire desde aquella mañana cuando aquel engendro decidió aparecerse. Una parte de mi ya no estaba.
La gente por su parte, parecía no verla. Como si nada, conversé esa misma tarde con el verdulero, tomé un café, compré el diario, invité a cenar a unos amigos. Pero siempre allí, la criatura a mi lado, tan pegada a mí y sin embargo sin tocarme nunca, con esos ojos desesperantemente grandes pero sin mirarme nunca, con esa cabeza descomunal, con esos brazos sin manos, con sus piernas rectangulares, allí, allí, presente, impasible, ocupando tanto espacio.
Esa noche después de despedir a mis amigos, fui a cambiarme y me miré otra vez en el espejo del baño. A los pocos segundos llegó la soledad. Nos miramos sin mirar, en el reflejo. Me lavé la cara. Me alcanzó la toalla…Fui a la cama y me acosté, lisa y llanamente, sobre el colchón, sin taparme. La criatura se acercó y esta vez sus ojos me observaron. La miré. Por un instante nos quedamos así, contemplándonos. Después me corrí un poquito y ella se acostó junto a mí.
Quedamos ambos mirando al techo. Interiormente deseé que al volver a despertar, ella ya no estuviera. Pero de alguna forma, algo dentro mío me dijo que eso no pasaría.
Estiré el brazo y apagué la luz.
Fue extraño, ya no me sentía solo.
- Autor: Alma de fuego ( Offline)
- Publicado: 3 de abril de 2013 a las 00:31
- Categoría: Cuento
- Lecturas: 32
- Usuarios favoritos de este poema: El Hombre de la Rosa, ADOLFO CESAR MARCELLO, Maria Isabel Velasquez
Comentarios3
Ciertamente la soledad se vuelve compañera inseparable, buen cuento, saludos!
Gracias por tu comentario!
Abrazos!
Con tu preciada genialidad escribiste hoy un hermoso y bello cuento estimado poeta y amigo Alma de Fuego
Saludos de amistad española
Críspulo Cortés
Gracias por tu comentario!
Abrazos!
CUANDO LA DEJAMOS SE ANIDE EN NUESTRO DIARIO VIVIR... ELLA MUY TRANQUILA SE QUEDA... DEBEMOS ABRIRLE LA PUERTA PEDIRLE SE VAYA... ME ENCANTO LEERTE
FELIZ INICIO DE SEMANA
ABRAZOS DTB
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