Las 4 estaciones: Otoño

Alma de fuego



Las hojas caen.

Los árboles se desnudan de recuerdos.

Las cartas amarillas

se vuelan por las calles

y se arremolinan en las esquinas

desiertas.

El frío va trepando

por los troncos agrietados

del alma.

 

Las nubes temblorosas

oscurecen las ventanas

de sus ojos.

Se empapan de llovizna gris

y sol escondido.

Se escapan como las aves

acurrucadas en sus nidos.

Y las hojas caen.

En el silencio de la vereda rota

muere la primavera

en gotas de olvido.

 

Se seca el amor

y la pluma del poeta

comienza a escribir nostalgias

en el aire vaporoso de la alcoba.

Si al menos tuviera sol.

Si al menos una lágrima de tinta

entibiara sus manos ásperas

de otoños ausentes

y estancos,

de amores vencidos

por el tiempo que nunca avanza,

por las horas que

todo se llevan.

 

Las mañanas reptan por los techos,

gélidas las chapas

y el corazón.

La vida se transforma

en un anciano

de paso lento y cansino.

Las flores se cierran,

enmudecen,

se duermen entre la hierba

susurrante de anhelos

y amarilla de inclemencia

del frío que la invade.

 

Y solitario al atardecer,

con la mente nublada de sueños,

sus pies hacen ecos al caminar,

llorando de soledad

al pasar por la vieja esquina,

donde el remolino dorado lo recibe,

donde el espíritu del pasado lo abraza,

recordándole que el viento ha cumplido

y aunque ya vuela su carta

nadie lo espera.

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