SIN TÍTULO
Era 27 de noviembre si no mal recuerdo, el cielo nocturno de Denver, Colorado carecía de estrellas pero estaba acompañado de un frío punzante, ese que aparece horas antes de que empiece a nevar.
Yo, estaba encerrada en un Chrysler New Yorker dorado afuera del centro comercial esperando a que mi madre terminase sus compras y pudiéramos volver a casa; en el radio sonaban canciones sin sentido, tuve tanas ganas de apagarlo pero dado que nuestro querido chofer lo disfrutaba no lo hice. Recuerdo estar sentada de lado izquierdo, justo detrás del conductor; la ventanilla de mi lado estaba empañada, lo cual me provocó la necesidad de dibujar mientras esperaba a mamá.
Eran más de las 11:00 pm y el cristal ya estaba repleto de soles, corazones, notas musicales y varias palabras que recordaba haber escuchado en la mañana, desesperada bajé el vidrio para gritarle a mi madre que se apurara y la vi parada en medio del estacionamiento, abrazada de un hombre, un hombre que no era mi padre; la escuché reír, pero su risa era diferente, parecía estar acompañada de pequeñas campanitas agudas y no graves como de costumbre… nunca la había escuchado reír así.
Volteó de pronto y su cabello se agitó por culpa del viento, me observó unos segundos mientras le decía algo a su amigo, quién le besó la frente y corrió hacia el otro lado del estacionamiento moviendo la mano en alto como diciendo adiós; ella se acercó a la ventanilla donde estaba yo, me acarició el cabello y con una enorme sonrisa en su rostro me dijo –“No vayas a decírselo a papá”.
Papá era un hombre de negocios, vestía con trajes negros y camisas blancas, lo único que variaba eran sus corbatas, tenía de muchos colores: rojas, azules, negras, lilas, amarillas, con motas, con rayas verticales y horizontales, con figuras geométricas… pero mi favorita era la de crayones de muchos colores.
Era dueño de una empresa que fabricaba ropa o algo así, nunca le pregunté. Pocas veces estaba en casa, sí no tenía una junta, era un viaje, si no era un viaje una comida, pero siempre encontraba la forma de ausentarse (tal vez por eso mamá tenía muchos amigos), volviendo con papá no era un mal tipo, era buen mozo y a veces sus chistes me hacían reír.
Aquella noche papá si había vuelto a casa del trabajo, estaba sentado en el sofá marrón que estaba frente a la chimenea, con una copa en la mano y un libro entre las piernas, parecía que llevaba mucho tiempo ahí, porque el resto de la salita de estar estaba muy desordenada, había cojines en el piso y el tapete que usualmente estaba debajo de la mesita de centro, donde por cierto había moronas de galletas, estaba en una orilla de la habitación.
Mamá cerró la puerta de la entrada y me dijo con un movimiento de cabeza que saludara a papá, corrí hacia él y lo abrecé; olía raro, como amargo, él sólo sonrió y me tocó la nariz con su dedo índice.
–Sube a tu alcoba princesa, corre -. Dijo mi padre con un tono de voz divertido, como si su lengua se trabara y señalando hacia las escaleras.
Yo corrí y con intenciones de jalarla tomé la mano de mi madre, quién seguía en el vestíbulo, para que me llevase a la cama, pero mi padre me detuvo diciendo:
-Sube tú primero, tengo que hablar con tu madre un segundo.
-Sube cariño, ya te alcanzo-. Dijo mamá con voz entrecortada y un tanto preocupada; me presionó la mano, luego se agachó para quedar a mi altura, me abrazó y susurró: -Te amo mi pequeña guerrera, 8 años no fueron suficientes… nunca dejes de soñar-.
En ese momento no entendía que pasaba, pero sí mis padres querían que subiera tenía que obedecer. Me acerqué a la escalera y comencé a subir uno a uno los escalones de mármol deteniéndome del barandal blanco para no caerme. Mientras subía recuerdo haber escuchado a mi padre canturrear la palabra zorra con su tono de voz gracioso.
Las paredes de la escalera estaban repletas de cuadros con fotografías nuestras, de mamá con papá, en su boda, en la playa, de mí cuando era una bebé, en mi recital de ballet, en mi graduación de kínder y una última al final de la escalera, en la que salimos los 3 juntos en el jardín de la casa el día que la compramos.
Llegué al segundo piso y me dirigí a mi habitación, era un pasillo muy grande con 7 puertas de madera a los costados, la mía era la que estaba justo enfrente de la escalera, abrí la puerta y encendí l luz. Toda mi alcoba era rosa, tenía 2 cuadros de zapatillas de ballet junto a la gran ventana que estaba en la pared contraría a la puerta, cerré esta última y corrí a la cama, esta era una cama digna de princesa, tenía muchísimos cojines y acomodados estaban mi pijama rosa de ositos favorita y mis dos muñecos preferidos: Dreeze, mi muñeca de vestido rojo y Copito, mi oso blanco de peluche; recuerdo que estaba jugando con ellos cuando oí un fuerte ruido proveniente de la sala y enseguida un grito de mamá. Me puse el pijama rápidamente y corrí hasta la puerta, la abrí lentamente para no hacer ruido y me asomé por el barandal para averiguar qué había pasado, pero solo veía a papá, quién traía una pistola en la mano y temblaba como gelatina, pero… ¿Y mamá?¡Por qué no estaba mamá!, en ese momento comprendí, pero intenté sacar esa imagen de mi mente y me respondí que tal vez se había cansado de jugar con papá a los cazadores y había ido por un poco de agua.
Papá volteó y alcanzó a verme asomada, yo me quedé quieta, (aún ahora no sé si por miedo, sorpresa o porque en realidad creía que estábamos jugando), él seguía temblando y alzaba y bajaba la pistola, la veía con admiración, con recelo, con miedo. De pronto comenzó a llorar, a llorar gritando, levantó el arma me volteo a ver directamente a los ojos, sonrió y después de gritarme “lo siento” se disparó en el corazón.
Yo reía, y gritaba “¡Papá!, Ya papá, no seas mentiroso”, bajé corriendo la escalera y fui hasta donde yacía tirado, me senté a su lado y comencé a hacerle cosquillas, pero él no reaccionaba, me alejé y lo observé, me di cuenta que mis manos estaban mojadas… las analicé, estaban rojas, tenían sangre.
Me paré lo más rápido que pude y busqué a mamá giré para ir a la cocina pero no pude moverme pues pisé algo… ¡Era la mano de mamá!, me agaché y le repetía “Lo siento mamá de verdad, no quería pisarte”, pero ella tampoco respondía de su pancita salía sangre también, mucha.
Me volví a parar y empecé a llorar, a llorar y gritar “¡Mamá! ¡Papá! ¡No es divertido!”
Corrí a mi cuarto y me aventé sobre mi cama, abrazaba y besaba a copito, sabía que estaban muertos, pero en ese momento tenía la esperanza de que vinieran a decirme que era solo una broma.
El tiempo pasó y jamás subieron, me armé de valor y con copito entre mis brazos, bajé a donde mis padres y tras observarlos detenidamente durante varios minutos, las lágrimas dejaron de fluir y logré digerir lo que acababa de ocurrir, me acosté en medio de los dos, esperando a que despertasen o yo cayera en un sueño sin fin igual que ellos.
- Autor: Mérlito (Seudónimo) ( Offline)
- Publicado: 24 de mayo de 2013 a las 22:00
- Categoría: Familia
- Lecturas: 55
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